lunes, 4 de diciembre de 2023

La arrogancia israelí frustró una vía política palestina

 Menachem Klein - +972 Magazine (*)

En febrero y marzo de 2021, Al Fatah y Hamás, los dos partidos políticos palestinos rivales, llegaron a un acuerdo para celebrar unas elecciones que decidieran la presidencia de la Autoridad Palestina, su consejo legislativo y la entrada de Hamás en la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Estaba previsto que las elecciones se celebraran con arreglo a los Acuerdos de Oslo, tras lo cual continuarían las negociaciones con Israel para la creación de un Estado palestino.

El acuerdo incluía el compromiso de respetar el derecho internacional, establecer un Estado dentro de las fronteras de 1967 cuya capital sería Jerusalén Este, reconocer a la OLP como marco general legítimo y exclusivo, llevar a cabo una lucha popular pacífica y transferir a la Autoridad Palestina el gobierno autónomo de la Franja de Gaza.

El presidente Mahmud Abbas envió el acuerdo a la nueva Administración Biden y a los gobiernos europeos con la esperanza de que apoyaran la celebración de elecciones generales con la participación de Hamás, y posteriormente presionaran a Israel para que permitiera la votación en todos los territorios ocupados, incluido Jerusalén Este. En aquel momento, a ojos de Abbas, la firma del acuerdo por parte de Hamás era una carta ganadora; al parecer, incluía una concesión por parte de Hamás de no presentar un candidato presidencial en su nombre, lo que dejaba a Abbas la posibilidad de presentarse de nuevo prácticamente sin oposición.

El acuerdo entre Al Fatah y Hamás no surgió de la nada. Cuatro años antes, Hamás publicó sus “Principios y Políticas Generales”, un documento organizativo revisado que se apartaba significativamente de los principios fundamentalistas de los estatutos originales del grupo, de 1987, y que efectivamente aceptaba los Acuerdos de Oslo como un hecho político real. Incluso antes, en 2014, en presencia y con la mediación del emir de Qatar en Doha, la dirección de Al Fatah encabezada por Abbas se reunió con la dirección de Hamás encabezada por Jaled Mash’al. Las actas completas de las conversaciones se publicaron en un documento oficial emiratí. En esencia, el mensaje de los dirigentes de Hamás era claro: “Si en Al Fatah estáis convencidos de que mediante negociaciones podéis conseguir que Israel acepte un Estado parecido al de 1967, adelante. Nosotros no interferiremos”.

Como era de esperar, Israel se opuso a incluir Jerusalén Este en las elecciones al considerar que socavaba sus pretensiones de soberanía sobre la parte ocupada y anexionada de la ciudad. Aun así, Hamás se ofreció a celebrar las elecciones de todos modos y aceptó la restricción impuesta por Israel. Pero Israel y Estados Unidos ejercieron una gran presión sobre Abbas para que las cancelara igualmente.

No cabe duda de que había razones políticas para que Abbas suspendiera las elecciones y para que Hamás las impulsara. Las encuestas de opinión pública mostraban que la gran mayoría de los palestinos deseaban que Abbas pusiera fin a su mandato, y que Hamás podría obtener otra victoria electoral. Sin embargo, esos sondeos también indicaban que Marwan Barghouti, el destacado preso político que pretendía presentarse desde su celda de la cárcel israelí, ganaría a cualquier otro candidato presidencial. Si no se hubieran cancelado las elecciones y hubiera surgido un líder popular elegido democráticamente, probablemente la realidad política actual sería muy distinta.

Finalmente, Abbas, sometido a fuertes presiones, capituló. Unos días después comenzó la “Intifada de la Unidad”, y con ella, la operación Espada de Jerusalén, de Hamás, y la operación Guardián de los Muros, de Israel. Según informes de The New York Times y The Washington Post, por esas mismas fechas las brigadas de Al-Aqsa, el ala militar de Hamás, empezaron a concebir y planear lo que se convertiría en el Diluvio de Al-Aqsa, el asalto asesino del 7 de octubre.

Nunca hemos estado mejor”

Como muchos han planteado, existen bastantes paralelismos entre el asalto de octubre y el ataque por sorpresa a Israel que tuvo lugar cinco décadas antes, en la guerra de Yom Kippur. Desde el punto de vista operativo, tanto en 1973 como en 2023, los jefes de inteligencia de Israel no prestaron suficiente atención a los movimientos militares de sus enemigos sobre el terreno. Desde el punto de vista estratégico, un Estado árabe vecino envió a Israel una alerta que no fue tomada en serio: en 1973 fue el rey Hussein de Jordania, y en 2023 la inteligencia egipcia. Ahora bien, en ambos casos, la clase dirigente israelí confió de un modo arrogante en la errónea idea de que sus victorias militares habían logrado disuadir a sus enemigos.

Sin embargo, después de cada uno de estos asaltos, todo cambió. A pesar de haber perdido militarmente, los logros de Egipto y Siria en la guerra de 1973 “restauraron el honor árabe”, según la narrativa egipcia, al recuperar parte de lo que se había perdido en la guerra de 1967 con la victoria de Israel. De manera similar, la ofensiva de Hamás del pasado mes de octubre asestó a Israel un golpe de una escala e intensidad como no lo había hecho nunca ninguna otra organización palestina. E Israel no podrá borrar este hecho.

Como en 1973, el fracaso fundamental del 7 de octubre fue político. En 1971, dos años antes de la guerra, el presidente egipcio Anwar Sadat propuso un acuerdo parcial con Israel, en el que este se retiraría unos treinta kilómetros del canal de Suez hasta el estrecho de Mitla y la estratégica cordillera de Um Hashiba. El canal de Suez se abriría a la navegación internacional y se rehabilitarían las ciudades egipcias del lado occidental del canal destruidas por los bombardeos israelíes durante la “guerra de desgaste” que tuvo lugar después de 1967. También se trasladaría un pequeño número de tropas egipcias a la zona de la que se retiraría Israel para simbolizar la devolución de la soberanía egipcia. Este pacto, a su vez, serviría de eslabón hacia un acuerdo más amplio basado en la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU.

Con esta propuesta –que se correspondía más o menos con las ideas del entonces ministro de Defensa israelí Moshe Dayan– Sadat intentó salir del estancamiento diplomático de la región. Sin embargo, la primera ministra Golda Meir no confiaba en Sadat ni en su declarado objetivo de paz, aunque el secretario de Estado estadounidense William Rogers estaba convencido de su sinceridad. En opinión de Meir, no había diferencia entre Sadat y su predecesor, el nacionalista panárabe Gamal Abdel Nasser, y, a sus ojos, ambos simplemente querían destruir Israel. Meir se enrocó en su posición, Dayan cedió y Rogers regresó a Washington con las manos vacías.

En 1974, tras la terrible guerra, en la que murieron más de 2.600 israelíes y 300 soldados fueron capturados, Israel firmó un acuerdo de armisticio con Egipto, cuyos términos guardaban un notable parecido con la propuesta de Sadat de 1971.

Cuando, en 1971, Meir rechazó por primera vez las propuestas de Sadat creía, como gran parte de la clase dirigente israelí tras la guerra de los Seis Días, que la posición del país “nunca ha sido mejor”. De hecho, en realidad ese era el eslogan del partido gobernante Alineamiento (una encarnación del partido laborista fundador) antes de las elecciones que debían celebrarse a finales de 1973.

La misma arrogancia quedó patente en 2021, cuando Israel se opuso a las elecciones palestinas y presionó a Abbas para que abandonara sus tratos con Hamás. Netanyahu, al igual que Meir, creía que las políticas del gobierno tenían éxito y que permitir las elecciones y la reorganización de la dirección política palestina destruiría todo lo que Israel había construido. El éxito cegó a Israel y, como en 1973, pensó que nunca había estado mejor.

Volver al escenario de 2021

Desde 2006, la política de Israel hacia los palestinos ha consistido en tres elementos clave, todos ellos apoyados por Estados Unidos y los países europeos. En primer lugar, Israel tendrá el control total de la Franja de Gaza desde el exterior para garantizar la separación física, jurídica y política entre Gaza y Cisjordania, y el mantenimiento de la rivalidad entre Al Fatah y Hamás. En este contexto, Israel intentó contener a Hamás permitiendo que la financiación extranjera le ayudara a mantener las riendas del poder, junto con ataques militares periódicos para frenar su poder y obligarle a acatar el orden israelí.

En segundo lugar, Israel prefirió dirigir el conflicto con los palestinos en conjunto en lugar de resolverlo. De hecho, junto con la expansión de los asentamientos en Cisjordania, Israel creó un régimen único con su supremacía entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, y convirtió a la Autoridad Palestina en una subcontratista que controla a los palestinos en su nombre.

En tercer lugar, Israel ha trabajado para reducir significativamente el conflicto árabe-israelí más global mediante acuerdos de normalización con los Estados árabes y para dejar a los palestinos aislados y débiles. La firma de los Acuerdos de Abraham fue, de hecho, una declaración de abandono de los palestinos a merced de Israel.

Justo cuando la política de Israel estaba a punto de alcanzar la cima de su éxito mediante un acuerdo de normalización con Arabia Saudí y la finalización de un sofisticado muro alrededor de la Franja de Gaza, todo se vino abajo el 7 de octubre, con un terrible coste humano para israelíes y palestinos. Y podría haber sido diferente.

No ha sido sólo Netanyahu el que dio forma a la política israelí. Desde 2006, las instituciones políticas y de seguridad de Israel –todos sus políticos, generales y jefes de inteligencia– han participado plenamente en la formulación y aplicación de un planteamiento que ahora se ha venido abajo. Muchos de ellos siguen sin comprender hasta qué punto la sangrienta ofensiva de Hamás exige un drástico cambio de rumbo. Más bien pretenden volver a los principios anteriores y encontrar un subcontratista que gestione la Franja de Gaza en nombre de Israel, ya sea alguna entidad local, la Autoridad Palestina de Abbas o un organismo internacional. Pero ninguna entidad de este tipo puede funcionar sin la legitimidad que le otorguen las elecciones palestinas; de lo contrario, sería percibida simplemente como una colaboradora ilegítima del cruel ocupante.

En otras palabras, debemos volver al esquema político que fue rechazado en 2021 para crear una nueva realidad. Las elecciones no consisten únicamente en obtener resultados, sino en ofrecer un proceso para que los partidos se renueven y transformen sus políticas. Más allá de un alto el fuego, necesitamos elecciones palestinas como punto de inflexión que pueda conducir a una Palestina independiente en todos los territorios ocupados en 1967, en lugar de replicar en la Franja de Gaza el orden fallido que Israel impone en Cisjordania.

Este es el marco que hay que establecer contra la extrema derecha israelí, que ve una oportunidad en este momento. La extrema derecha no quiere volver a los acuerdos precedentes, sino establecer un nuevo y cruel orden tan significativo como la Nakba de 1948, empezando por la Franja de Gaza: exiliar a tantos palestinos de Gaza como sea posible; construir ciudades de asentamientos, incluida la reedificación de las evacuadas en 2005; después, ejecutar el mismo plan con la misma ferocidad en Cisjordania.

La historia tiene precedentes para disuadir de que se tome este terrible camino. En 1973/74 fue Henry Kissinger, el secretario de Estado estadounidense, el que presionó a Israel para que se abstuviera de diezmar una unidad militar egipcia, lo cual frustró un intento israelí de reanudar los combates con Egipto una vez aplicado el alto el fuego; también fue él quien supervisó la firma de dos acuerdos provisionales entre Israel y Egipto que allanaron el camino para el viaje de Sadat a Jerusalén en 1977 y para un acuerdo de paz negociado por el presidente Jimmy Carter en 1978-79.

¿Existe en la actualidad una entidad estadounidense de peso y voluntad similares para hacer lo mismo entre Israel y los palestinos?

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*Menachem Klein es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Bar Ilan. Fue asesor de la delegación israelí en las negociaciones con la OLP en 2000 y uno de los líderes de la Iniciativa de Ginebra. Su nuevo libro, Arafat and Abbas: Portraits of Leadership in a State Postponed, acaba de ser publicado por Hurst London y Oxford University Press New York. +972 Magazine es una revista independiente, en línea y sin ánimo de lucro, dirigida por un grupo de periodistas palestinos e israelíes. Fundada en 2010. Artículo traducido al español por Paloma Farré, de CTXT

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martes, 1 de noviembre de 2022

Ucrania y Palestina, el doble rasero europeo

 Por Teresa Aranguren* – Público.es

"Rusia será aniquilada si decide usar armamento nuclear en esta guerra", lo dijo Josep Borrell hace unos días; la frase está pidiendo una coletilla que hasta al más tonto se le ocurre: «Y nosotros también». Nosotros también seremos aniquilados si la advertencia–amenaza de Borrell llega a cumplirse.

Cuando el jefe de la diplomacia europea, cuya tarea se supone que debe ser facilitar el diálogo y las soluciones negociadas, utiliza este lenguaje de matón de barrio, en este caso el barrio es Europa y quizás el mundo, hay razones para pensar que lo peor se está fraguando paso a paso sin que nadie, nadie de quienes tienen poder para hacerlo, lo evite ni quiera evitarlo. Así que ahí vamos, alegres y confiados, hacia la catástrofe de una tercera gran guerra europea que como las anteriores se llamará mundial.

Como ya me parece escuchar la vocecita indignada que grita, «pero el culpable es Putin», me apresuro a decir que por supuesto Putin es el primer culpable ya que fue él quien lanzó a su ejército a invadir Ucrania, pero que hay también otros culpables y no todos están en Rusia. Cuando la escalada verbal dé paso a la escalada bélica y nos veamos inmersos en una guerra de destrucción mutua- ¿o habrá que decir aniquilación al estilo Borrell? – no creo que entonces importe mucho quién dio el primer paso o quien es el mayor culpable. La pregunta entonces será ¿Por qué quienes podían evitarlo, no lo evitaron? Tan adormecidos estamos que no vemos a dónde conduce tanta retórica belicista, tanto derroche ¿habría que decir negocio? armamentístico, tanto ardor guerrero y tanta unanimidad que no admite dudas, discrepancias ni por supuesto otro discurso que no sea el de «nada que negociar hay que vencer».

Es significativo que en esta Europa de las libertades el hecho de que, a raíz de la invasión y la guerra en Ucrania, se haya prohibido la difusión de los medios de comunicación rusos, la participación de deportistas rusos en competiciones europeas o que un teatro de una ciudad de provincias elimine de su programación una obra de Chejov porque ¡vaya por dios! Resulta que es ruso como Putin, no parece incomodar demasiado a quienes quizás en otras circunstancias hubieran puesto el grito en el cielo pero ahora aplauden con entusiasmo o simplemente callan. Tampoco parece incomodar demasiado que un periodista español es decir ciudadano de la UE, lleve más de nueve meses encarcelado en Polonia, país miembro de la OTAN y de la UE, a la espera de juicio y en régimen de aislamiento inhumano. Por cierto, para quienes no lo sepan que me temo pueden ser muchos, el periodista encarcelado en Polonia se llama Pablo González, es nieto de un «niño de la guerra», aquellos hijos de republicanos españoles que fueron enviados a la Unión Soviética para ponerlos a salvo de la guerra de España, por eso Pablo González nació en Moscú y habla ruso correctamente, razones que al parecer en Polonia son suficientes para acusar a un periodista español de espiar a favor de Rusia. Conviene recordarlo porque hay una estrategia de silenciamiento de todo aquello que pueda suscitar dudas o no cuadre con la versión oficial de las fuerzas del bien luchando contra las fuerzas del mal con la que se presenta esta guerra. Cuando Amnistía Internacional, haciendo gala de su habitual objetividad, presentó un informe que daba cuenta no sólo de atrocidades cometidas por el ejército ruso sino también las del ejército ucraniano, tuvo que retirarlo casi de inmediato, por presiones, mucho me temo, de EEUU y países de la OTAN. Ocultar información no es una manera muy fiable de contar lo que está ocurriendo, pero es la manera en la que se está contando lo que ocurre en esta guerra. También lo que ocurrió antes y lo que ocurrirá después si lo que dice el jefe de la diplomacia europea llega a cumplirse.

Uno de los argumentos que se esgrime con más ardor tanto en el ámbito político como en los medios de comunicación para justificar la negativa a toda posible cesión en una hipotética mesa de negociación, es el de que Europa está obligada a defender el derecho internacional porque ese es el modo civilizado de gestionar las relaciones entre naciones. Pero el derecho internacional en versión europea tiene una aplicación muy selectiva, puede llevarnos a la guerra total con Rusia pero no interfiere para nada en nuestras excelentes relaciones con Israel, país que viola sistemáticamente las resoluciones de la ONU, ha invadido en más de una ocasión el vecino Líbano, emplea en sus incursiones armas como las bombas de fósforo blanco y de fragmentación cuyo uso en zonas densamente pobladas está prohibido por la legislación internacional y sobre todo mantiene desde hace décadas una atroz ocupación militar del territorio palestino en el que, según acuerdos firmados con el aval de la ONU, EEUU y Europa, debería levantarse el futuro estado palestino. Mientras escribo estas líneas me llega un wasap de una amiga de Ramala, me cuenta que un médico de 42 años que estaba atendiendo a una niña en el hospital de Yenín, ha muerto de un disparo en el cabeza realizado por un francotirador del ejército israelí, el método es similar al del asesinato de la periodista Shireen Abu Akleh hace unos meses también en Yenín. En este mismo día y en esta misma ciudad del norte de Cisjordania, otros tres jóvenes palestinos han muerto por disparos del ejército de ocupación israelí… He dudado al escribir «ejército de ocupación» porque sé que eso suena a lenguaje de activistas, no de periodistas. La realidad es que el ejército israelí en Gaza, en Cisjordania y en Jerusalén oriental es una fuerza de ocupación, pero llamar a las cosas por su nombre en el caso de Palestina ha dejado de ser «lenguaje periodístico». No es nada excepcional, nada de lo que ha ocurrido mientras escribo estas líneas, un doctor y tres jóvenes palestinos muertos, es excepcional, ocurre a diario en los territorios palestinos bajo ocupación militar israelí. Y no pasa nada. No hay mandatarios europeos clamando por algún tipo de acción de castigo, más bien al contrario, la Unión Europea mantiene relaciones comerciales preferentes con Israel, sus dirigentes intercambian visitas amistosas y en el festival de Eurovisión Israel participa, y hasta gana, sin problemas, aunque en esos mismos días su ejército esté bombardeando una vez más la franja de Gaza.

El derecho internacional que Israel viola a diario en Palestina parece importar un comino a los dirigentes de la UE que sin embargo lo utilizan como excusa para justificar la escalada belicista en la que nos han embarcado.

Esto no va de derecho sino de hegemonía, la que Estados Unidos estaba perdiendo y ha recuperado tan fácilmente. Y de dependencia, la que Europa ha aceptado de manera tan dócil como insensata. No se trata de defender a la población ucraniana sino de utilizar Ucrania para aplastar a Rusia.

Y habrá muchos muertos, ucranianos, rusos y si nadie lo para habrá muchos muertos en toda Europa.

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*María Teresa Aranguren Amézola es una periodista española cuya trayectoria profesional ha estado ligada a la información internacional del mundo árabe y zonas en conflicto. 

jueves, 18 de noviembre de 2021

La lengua excluyente

 Cristina Peri Rossi

Yo tenía cinco años. La maestra escribió en la pizarra: "Todos los hombres son mortales". Sentí un enorme alivio, un gran regocijo.

Esa tarde, cuando salí del colegio, corrí a mi casa y abracé muy estrechamente a mi madre.
"Qué suerte, mamita, tú no te vas a morir nunca!" le dije, arrebatadamente.
"Qué?" preguntó mi madre, sorprendida.
Me separé apenas de ella y le expliqué:
-La maestra escribió en la pizarra que los hombres son mortales.
Y tú eres mujer!. Por suerte, eres mujer, dije y volví a abrazarla.
Mi madre me separó tiernamente de sus brazos.
-Esa frase, querida mía, incluye a hombres y mujeres. Todos y todas moriremos algún día.
Me sentí completamente consternada y desilusionada.
-Entonces, por qué no escribió eso?: "Todos los hombres y mujeres son mortales"?, pregunté.
-Bueno- dijo mi madre, en realidad, para simplificar, las mujeres estamos encerradas en la palabra "hombres".
-Encerradas?- pregunté. Por qué?
-Porque somos mujeres- me contestó mi madre.
La respuesta me desconcertó.
Y por qué nos encierran? le pregunté.
Es muy largo de explicar, respondió mi madre. Pero acéptalo así. Hay cosas que no son fáciles de cambiar.
-Pero si digo "todas las mujeres son mortales"?también encierra a los hombres?
-No- contestó mi madre. Esa frase se refiere sólo a las mujeres.
Me entró una crisis de llanto.
Comprendí súbitamente muchas cosas y algunas muy desagradables, como que el lenguaje no era la realidad, sino una manera de encerrar a las cosas y a las personas, según su género, aunque apenas sabía qué era género: además de servir para hacer faldas, el género era una forma de prisión.





viernes, 2 de julio de 2021

Adiós al coronel

 Jorge Abelardo Ramos

3/7/1974




Acaba de morir Perón, cuya inmortalidad aseguraban algunos de sus adictos más devotos. Pero había algo de verdad en semejante idea, pues a ese hombre singular podían aplicarse las palabras de Bismarck: “Todo hombre es tan grande como la ola que ruge debajo de él”. La ola de Perón no era el ejército prusiano sino la multitud innumerable que transmitirá su memoria al porvenir. Cabe decir de él, como de Yrigoyen, que fue “el más odiado y el más amado de su tiempo.”

Su tiempo comenzó en una madurez avanzada, a los cincuenta años. Cuando los coroneles se retiran o ascienden a generales para proyectar su retiro y concluir ordenadamente su vida, le tocó a Perón lanzarse a una aventura histórica, de una turbulencia e intensidad pocas veces conocida.

Ingresó a la acción pública cuando terminaban al mismo tiempo la crisis, la década infame y la Segunda Guerra Mundial imperialista. La neutral Argentina gozaba de prosperidad. Poco a poco, la desocupación de los años duros era absorbida por el impulso industrial creado a consecuencia del conflicto bélico y de la bancarrota del 30. Los peones se hacían obreros y las chicas de servicio doméstico, humillado y martirizado, ingresaban a las nuevas fábricas. Pero al llegar a las ciudades, no había lugar para ellos ni en los partidos políticos de izquierda, ni en los antiguos sindicatos influidos por tales partidos. Los trabajadores que se harían peronistas en 1945, descubrieron un sistema político fuertemente impregnado de la influencia anglosajona. La herencia del viejo partido de Yrigoyen había caído en manos de los alvearistas, amigos de Inglaterra, de la CADE y de los conservadores liberales. De Lisandro de la Torre, los demócratas progresistas no querían ni acordarse: participaban en amables tertulias con los protectores de los asesinos del senador Bordabehere, para urdir el ingreso de la argentina a la segunda gran guerra de las democracias coloniales. Naturalmente, el partido Socialista fundado por Juan B. Justo, integraba tales reuniones, que prologaban la inminente Unión Democrática. Para no ser menos, el partido Comunista, inspirado por Vittorio Codovilla (bajo la luz bienhechora de Stalin) era uno de los artífices de tal alianza, que pretendía reproducir en la Argentina el pacto de los Tres Grandes y los acuerdos de Yalta. Estos pactos se traducían al castellano mediante la exigencia de sustituir la lucha contra el imperialismo, por la lucha contra el fascismo. Como el fascismo era desconocido en el país, se idealizaba la presencia del imperialismo “democrático” y se recomendaba a los obreros de los frigoríficos no pedir aumentos de salarios para no dificultar “la lucha de los ejércitos que luchaban por la libertad del mundo”. Por su parte, la burguesía industrial era tan débil que ni siquiera contaba con un diario propio.

Al irrumpir en la historia, Perón se enfrentó con ese cuadro. Su robusto realismo político le permitió advertir que el país se encontraba en el umbral de una nueva edad. Muchos lo habían anunciado y hasta habían llamado a esa hora del destino: Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Manuel Ortiz Pereira, el general Savio, el capitán de Fragata Oca Balda, el ingeniero Alejandro Bunge, Joaquín Coca, Manuel Ugarte. Desde el campo del Yrigoyenismo revolucionario, del nacionalismo burgués, del nacionalismo tradicional, del socialismo clásico y hasta del marxismo no staliniano, argentinos resueltos habían preconizado la necesidad de concluir para siempre con la vergüenza de la factoría inglesa, hermoseada con poetas anglomaníacos, con izquierdistas de Su Majestad o con trogloditas del nuevo orden.

Perón resumió a su modo algunas de esas aspiraciones explícitas. Encarnó las esperanzas latentes de las grandes masas que carecían de voz y los intereses de la nueva burguesía, así como llevó a la práctica el nacionalismo militar concebido por el general Savio. Esa síntesis fue su fuerza y su justificación histórica. Pero cada vez que una corriente nacional brota en América Latina, los doctos sabihondos se precipitan al error con un olfato infalible.

Pulularon en la época múltiples teorías sociológicas, que habrían erizado de risa o de cólera al viejo Marx, ya que muchos de sus apologistas invocaban nada menos que a semejante maestro. Desde 1944, cuando Perón pronunciaba sus primeros discursos en los balcones de la calle Perú, las preguntas o afirmaciones más corrientes eran: ¿Es fascista?¿Es falangista?¿Es un candidato a dictador?¿Es un agente alemán? Aquellos que tenían el dudoso gusto de leer la folletería de la “izquierda rooseveltiana” añadían con sabio misterio: “es un caudillo del lumpemproletariat”. Parece mentira, pero tales gentes de hace treinta años tienen prole ideológica, que repite las mismas vaciedades en nuestros días.

Perón fue el jefe de un movimiento nacional en un país semicolonial. Su poder personal emergió de la impotencia de los viejos partidos que se negaron a apoyarlo en 1945 y que prefirieron aliarse con Braden. Ese poder personal perduró como un factor arbitral en una sociedad inmadura. Adquirió por momentos un franco carácter bonapartista. Este fenómeno es habitual en los países del llamado Tercer Mundo, pues frecuentemente se revela como una verdadera necesidad general, para resistir la intolerable presión del imperialismo, altamente concentrado en su poder y dirección. Las contradicciones que se le reprochaban a Perón no eran sino la expresión personal de las clases sociales nucleadas en su torno y que el caudillo representó a lo largo de toda su carrera. No fue un “agente de la burguesía industrial” ni un “caudillo del proletariado”, ni mucho menos un “líder de poder carismático”. El vocablo “carisma” refleja la pobreza científica de la sociedad norteamericana, que ahora apela a la magia. El influjo de Perón no era sobrenatural o inexplicable. Consistía en interpretar el estado de ánimo y los intereses de las grandes masas y clases oprimidas. Cuando lo lograba, ese poder era tan inmenso como el que energía de las multitudes que hablaban a través de él. En otras ocasiones, ese poder era el de un ciudadano corriente.

Perón e Yrigoyen fueron los dos grandes caudillos nacionales en lo que va del siglo. Nadie podrá imputarle a lo largo de su prolongada lucha que haya sido infiel al programa que propuso al país en 1945. No fue un fascista, por supuesto, ni un socialista, naturalmente. Los gorilas del 45 no comprendieron lo primero, ni muchos de sus hijos, lo segundo. Perón siempre aspiró a ser él mismo su propia izquierda y su propia derecha. Como luchó por desarrollar un capitalismo nacional (estatal y privado) contra la sociedad inmóvil de la hegemonía terrateniente, ésta lo declaró indeseable, lo derribó y lo expatrió durante 18 años. El pueblo, sin la ayuda de los sociólogos, comprendió que sólo un patriota podía merecer tal castigo. A tal odio, respondió con un amor equivalente. Perón intuyó certeramente su próximo fin. El discurso del 12 de junio, que declaraba al pueblo único heredero de sus banderas, constituyó el testamento político de este varón singular, que entró en la muerte tan oportunamente como había irrumpido 30 años antes en la historia.

lunes, 14 de junio de 2021

El tamaño de una esperanza

 A 35 años de la muerte de Jorge Luis Borges

Por Teodoro Boot
En enero de 1926, en Salto Oriental, Jorge Luis Borges ponía punto final a la presentación de un breve compendio de ensayos aparecidos en distintas revistas, así como en la sección literaria del diario La Prensa. Publicados en julio de ese año quinientos ejemplares, libro y prólogo llevaron un mismo título, El tamaño de mi esperanza. Que así comienzan:
A los criollos les quiero hablar: a los hombres que en esta tierra se sienten vivir y morir, no a los que creen que el sol y la luna están en Europa. Tierra de desterrados natos es ésta, de nostalgiosos de lo lejano y lo ajeno: ellos son los gringos de veras, autorícelo o no su sangre, y con ellos no habla mi pluma (…) Quiero conversar con los otros, con los muchachos querencieros y nuestros que no le achican la realidá a este país.
Título, libro y prólogo compartirán un mismo destino: la desaparición forzada.

Anteriormente, Borges había publicado los poemarios Fervor de Buenos Aires y Luna de enfrente, así como la colección de ensayos Inquisiciones, pero será uno posterior, El idioma de los argentinos el que, junto a El tamaño de mi esperanza merecerá la inquina del autor, quien jamás permitió que ninguno de ambos fuera reeditado.

Hubo que esperar su muerte –¡véase cómo al fin de cuentas estábamos predestinados a celebrarla!– para que en 1993, llevada por su amor a la literatura, al dinero o al autor –en todo caso, será siempre amor–, su viuda María Kodama decidiera sacarlas de la oscuridad y el olvido.

Cualquiera tiene derecho y hasta el deber de detestar lo que alguna vez ha escrito, pero ¿Cómo no preguntarse, en este caso, de dónde la tirria del autor a esos fragmentos de su obra que de ningún modo desentonan con los que más tarde él mismo celebraría?

¿Había otro Borges ahí, el proyecto de un hombre que no fue, detestado por el que acabó siendo hasta decretar su inexistencia, opacado por el que iba envejeciendo entre halagos, agasajos y esa forma prematura de las honras fúnebres que es la celebridad?

A su regreso de la larga estancia europea en que transcurrió su adolescencia, Borges descubrirá ese Buenos Aires que años antes apenas había entrevisto más allá de los visillos de la casa familiar. Y ocurrió que en ese sorprendente mundo en el que acababa de desembarcar, el recienvenido encontraría un nuevo motivo de fascinación: el radicalismo o, con mayor propiedad, Hipólito Yrigoyen, “el único en nuestro país que, privilegiado por la leyenda, va en ella como en un coche cerrado”.

Hacia fines de 1927, Borges se ha vuelto exaltado líder del Comité Yrigoyenista de Intelectuales Jóvenes, con sede en la casa paterna de la avenida Quintana 222 y, ya dos semanas antes de los comicios de 1928, proclamaba vencedor al líder radical. Dos años después, como tantos correligionarios, se llama a silencio ante el derrocamiento y la prisión de Yrigoyen.

También hará silencio en 1933 ante su fallecimiento, que conmovió los cimientos de la sociedad argentina de entonces. Extrañamente, este joven que apenas si estaba entrando en la treintena, se había lamentado un año antes: "Vida y muerte le han faltado a mi vida".

Habrá sido en busca de esa experiencia que vuelve a viajar a la República Oriental, donde tenía estancia su primo Enrique Amorim, con quien recorrerá las comarcas fronterizas de Artigas, Cuareim, Bella Unión, Rivera, Santana do Livramento. Ahí, mismo, el exiliado José Hernández había empezado a borronear los primeros versos de Martín Fierro. Y ahí mismo Borges vio matar a un hombre y conoció esos gauchos que había creído legendarios, los mismos que veinte años después marcharían en masa hacia Montevideo “por la tierra y con Sendic”.

De alguna manera los conocía. Ya había hablado de ellos en su descubrimiento y reivindicación del entrerriano Evaristo Carriego:
La entonación entrerriana del criollismo, afín a la oriental, reúne lo decorativo y lo despiadado, igual que los tigres. Es batalladora, su símbolo es la lanza montonera de las patriadas. Es dulce: una dulzura bochornosa y mortal, una dulzura sin pudor, tipifica las más belicosas páginas de Leguizamón, de Elías Regules y de Silva Valdés.
Será también en Salto Oriental donde en noviembre de 1934 fechará un prólogo que, curiosamente y a diferencia de todos los prólogos, no será solicitado por el prologado sino por el prologuista. Borges lo pedirá por medio de Homero Manzi, común amigo de ambos. Y será el espaldarazo de un ya prestigioso Jorge Luis Borges lo que llevará a “Julián Barrientos” –paisano que cuenta la patriada simplemente “porque anduvo en ella”–, a salir del anonimato y a firmar con su nombre El paso de los Libres, poema gauchesco escrito en prisión, que daba cuenta de la última de las revoluciones radicales. La había encabezado el coronel Roberto Bosch en diciembre de 1933.

Lo habrán impactado los versos, o tal vez que la irrupción de la columna de 150 hombres de Bosch en Paso de los Libres, su derrota en el encuentro de San Joaquín –tras el que, a la vieja usanza, muchos de los rendidos fueron degollados–, la dispersión y el regreso del coronel a su exilio en Brasil, evocaron en Borges la retirada de Ricardo López Jordán tras la batalla de Ñaembé.
Escribe en ese prólogo:
En la patriada actual, cabe decir que está descontado el fracaso: un fracaso amargado por la irrisión. Sus hombres corren el albur de la muerte, de una muerte que será decretada insignificante. La muerte, siéndolo todo, es nada: también los amenazan el destierro, la escasez, la caricatura y el régimen carcelario.

Afrontarlos, demanda un coraje particular. El fracaso previsto y verosímil borra los contactos de la patriada con las operaciones militares de orden común, sólo atentas a la victoria, y la aproxima al duelo, que excluye enteramente las ideas de ganar o perder –sin que ello importe tolerar la menor negligencia, o escatimar coraje–. Ya lo dice Jauretche en una de sus estrofas más firmes: ‘En cambio murió Ramón/ jugando a risa la herida:/ siendo grande la ocasión / lo de menos es la vida’
Se inflama a continuación el prologuista:
Recordemos que ese Ramón Hernández murió de veras y que el poeta que labró más tarde la estrofa compartió con el hombre que murió, esa madrugada y esa batalla.
Y concluye:
La tradición, que para muchos es una traba, ha sido un instrumento venturoso para Jauretche. Le ha permitido realizar obra viva, obra que el tiempo cuidará de no preterir, obra que merecerá –yo lo creo– la amistad de las guitarras y de los hombres.
Será el prólogo a El Paso de los Libres y no Evaristo Carriego la despedida del Borges criollista, porteño y radical, capaz de emoción ante la lucha en pos de una derrota prevista de antemano, para empezar a ser ese ingenioso escéptico que con distante humor inglés ironizaba sobre los oprimidos, los perseguidos y los sufrientes.

Se dirá –Borges lo dirá– que se habla de aquello de lo que se carece, y para demostrarlo le bastará con asegurar que en todas las páginas del Corán, dictadas en el desierto, el camello no aparece mencionado ni una sola vez.

No podemos dar fe de que esto sea cierto –que con la Palabra eterna e increada no se jode– pero resulta llamativo que de las cientos de estrofas de ese largo poema de “Julián Barrientos”, Borges haya elegido justamente esa, la que con modestia y sencillez nos dice que “siendo grande la ocasión/lo de menos es la vida”.

La ocasión, las ocasiones, irán alejando a Borges de la vida de los hombres de su pueblo para acercarlo, cada vez más, a una cazurra existencia cortesana que, por inteligencia y sensibilidad, seguramente padecía, pero de la que por molicie, comodidad y esa desganada vanidad que tan graciosamente sabía lucir, cada día podría apartarse menos.

Se mentarán sus impedimentos físicos, la ceguera que se ensañó con él con tanta alevosía, las tentaciones del fasto y la fama, las desventajas de compartir los agravios de los vencidos... se dirá que al tiempo que se reducía su estatura humana crecía la del artista capaz de escribir las páginas de Ficciones o El Aleph, se dirán tantas cosas... Lo cierto es que vino a cumplir muy brutalmente en su vida lo que parece ser destino de todos los hombres: hacerse viejo sin volverse mejor.

A veces, más que rememorar su muerte o lamentar su parábola vital, es preferible evocar la esperanza de un joven argentino orgulloso de serlo. Y lo haremos con sus propias palabras: “Nuestra famosa incredulidá no me desanima. El descreimiento, si es intensivo, también es fe y puede ser manantial de obras. Díganlo Luciano Swift y Lorenzo Sterne y Jorge Bernardo Shaw. Una incredulidá grandiosa, vehemente, puede ser nuestra hazaña”.

jueves, 14 de enero de 2021

El frustrado estallido de Donald Trump

 Ene 13 2021

Por José Rodríguez Elizondo*

 Días antes de que Donald Trump ordenara a sus huestes invadir el Capitolio, el New York Post lo había emplazado, en primera plana y con titular catastrófico: “Señor Presidente, detenga la locura”. Fue un llamado ingenuo y tardío para que reconociera su derrota, como si en algún momento hubiera sido un político del establishment.

Es que los estadounidenses ilustrados subestimaron la experiencia previa de Trump como autócrata privado y personaje de farándula. Por eso, con la complicidad de los medios y, en especial. de las redes, sus embustes fueron noticia diaria para consumo masivo. Su mezcla de narcisismo con matonería evocaba el viejo cine de vaqueros y garantizaba diversión gratuita. Pocos captaron que un payaso es peligroso cuando tiene responsabilidades de Estado y, aún más, si funciona en el Salón Oval. Barack Obama, víctima de esos abusos de su poder comunicacional, dice en sus memorias que los periodistas “en ningún momento se plantaron ante Trump y lo acusaron directamente de mentir”.

Con base en la complicidad mediática, sumada a la sumisión de los altos cargos republicanos, la egolatría rústica del autócrata mutó en la locura del gran dictador. Su objetivo, entonces, fue apernarse en el poder a como diera lugar, aunque ello condujera al autogolpe, la guerra civil o la guerra convencional. Desde esa discapacidad empoderada, incubó el más rotundo rechazo a la posibilidad de una alternancia democrática. Un talante similar a la extrañeza de Hitler, ante el fin de la dictadura de Primo de Rivera y el exilio de Alfonso XIII de España: “lo que no llego a comprender es que, una vez conquistado el poder, no se aferren a él con todas sus fuerzas”

LAS GUERRAS QUE NO FUERON

Esa locura con método, hay que decirlo, convirtió al incumbente presidente de los EE.UU. en un fascista del siglo XXI. Y más peligroso que los históricos, por su acceso al maletín nuclear y su incultura enciclopédica.

Desde esa personalidad política, puede sospecharse que la asonada del jueves fue la penúltima y desesperada etapa de una estrategia que debió iniciarse con una tonificante aventura militar. Una versión remasterizada del fraguado incidente bélico del Golfo de Tonkin, de 1964, que catalizó la intervención masiva de los EE.UU en la guerra de Vietnam.  Según analistas de la época, el objetivo político (fracasado) era asegurar un segundo período presidencial a Lyndon Johnson.

Puede que los historiadores descubran huellas delatoras en la beligerancia de Trump contra China e Irán, en sus sondeos respecto a una intervención militar en Venezuela o, por reversa, en la exitosa disuasión nuclear del dictador norcoreano Kim Jong-un. Si aquello sólo quedó en borradores clasificados, lo más seguro es que obedeció al déficit de confianza entre el jefe de Estado y los altos mandos castrenses.

Todo indica que el autócrata presidencial buscó esa relación, pero a su mal modo. Manipulando y maltratando a los ex altos oficiales de su equipo como si fueran simples ordenanzas. Para su sorpresa, terminó recibiendo de vuelta el equivalente a un bofetón institucional: “No juramos lealtad a un rey o una reina, a un tirano o a un dictador… no le juramos lealtad a un individuo”.  Lo dijo muy ronco el general Mark Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto -la más alta instancia militar norteamericana-, justo cuando Trump comenzaba a fraguar su apernamiento en la Casa Blanca.

LA IMPENSABLE IMPUNIDAD

Si tras la insurrección que indujo Trump logra zafar impune, Richard Nixon dará saltos mortales en su tumba. Ese mandatario, apodado “Tricky” (tramposo), debió abandonar la Casa Blanca sólo por haber espiado a sus adversarios. Sus pillerías fueron gajes del oficio de político y sus crímenes fueron cometidos en el contexto de la Guerra Fría, contra extranjeros (entre ellos vietnamitas, camboyanos y chilenos) y con la excusa patriótica del interés nacional comprometido. Además, siempre estuvo asesorado por el expertísimo Henry Kissinger, 

En cuanto a trapacerías domésticas, Trump lo ha superado lejos. Como contribuyente, paga menos que cualquier oficinista honesto. Normalizó la mentira hasta el punto de que nadie sabe cuándo dice la verdad. Ganó la Presidencia con la ayuda de una potencia extranjera y con menos votos que Hillary Clinton. Desde el gobierno reposicionó el supremacismo blanco y, por tanto, la discriminación racial.

En lo internacional, Trump dilapidó todo lo ganado por sus predecesores durante la Guerra Fría. El resultado es un crimen de leso Estado, sintetizable en cuatro puntos cardinales:  Los EE.UU. dejaron de ser la superpotencia democrática que lideraba el libre comercio y tenía vara alta en la ONU; perdió el respeto de sus aliados europeos, políticos y militares; en los países en desarrollo (para él “países de mierda”), sólo lo aman los ultraderechistas, e ignoró a conciencia la amenaza planetaria del coronavirus. Como corolario, produjo un vacío estratégico que hoy está llenando China, con la cual ya entró en guerra comercial y de acusaciones.

Para completar ese nutrido prontuario, encargó la toma del Capitolio a una fanaticada sin disciplina militar ni objetivos políticos confesables. Esa insurrección artesanal, con cómplices todavía ocultos, ya muestra un balance macabro: cinco muertos, actos vandálicos y vergüenza global para la que solía mencionarse como “gran democracia norteamericana”.

LA OEA TAMBIÉN JUEGA

Tras la escandalera mundial, Trump quiere escabullirse negociando. A cambio de su impunidad ofrece una “transferencia ordenada del poder” y, como garantía, dice que no concurrirá al acto tradicional. Obviamente es una oferta chantajista, pues contiene la amenaza de una última fechoría: rentabilizar la polarización violenta que él mismo catalizó y que ahora respaldarían 75 millones de votantes.

Por el bien de la democracia y por la responsabilidad de los EE.UU. no cabría aceptar esa negociación. La eventual impunidad del autócrata derrotado sería un estímulo global para todos los extremistas, de izquierdas y derechas. Un incentivo para que sigan socavando las democracias supérstites, mediante estallidos que desborden la gobernabilidad y catalicen dictaduras. Una amenaza directa para nuestra atribulada América Latina, donde los gobiernos legítimos hoy cuelgan de un delgado hilo sanitario.

Notablemente, los primeros en sancionar al primer autogolpista de los EE.UU. han sido los directivos de Facebook, Instagram y Twitter. Desde esa “premier league” del sector privado, bloquearon las comunicaciones del presidente, pues se saben corresponsables. En cuanto plataforma de sus provocaciones, cumplieron el mismo rol que el literario doctor Frankenstein: crearon el monstruo que ahora trata de destruir su hábitat.

En ese complicado contexto, el presidente entrante Joe Biden está actuando con prudencia total. Sabe que no puede “vacar” al presidente saliente, que una semana larga es corta para promover un impeachment y que iniciar acción ejecutiva bloquearía el normal inicio de su gestión. Confía en lo que deben hacer los jueces y los congresistas, a sabiendas de que el caso marca los límites reales entre el Derecho, la Política y la Moral.

Bueno sería, por tanto, que mientras las élites norteamericanas se ponen las pilas, los gobiernos democráticos de la OEA visualicen una posibilidad que antes habría parecido insólita: aplicar, ipso facto, la Carta Democrática Interamericana a los EE.UU. ¿Motivo?… el presidente autogolpista sigue en su cargo, tras haber producido una grave alteración en el orden democrático de un Estado miembro. Según las normas de dicha Carta, el gobierno estadounidense no podría participar en los trabajos de la OEA mientras la anomalía persista y el Secretario General “puede solicitar la convocatoria inmediata del Consejo Permanente para realizar una apreciación colectiva de la situación y adoptar las decisiones que estime conveniente”.

Luis Almagro, que ya se atrevió a desafiar la dictadura de Nicolas Maduro, tiene ahora la posibilidad de anotarse otro punto. Esta vez, en defensa de la democracia norteamericana y, por añadidura, de todas las democracias del hemisferio.

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*Abogado chileno, profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Es, además, escritor, periodista, diplomático y dibujante. Ha vivido en Alemania, España, Perú e Israel. Su obra mayor consta de 23 libros. Premio Rey de España 1984 a la mejor labor informativa,  en la revista peruana Caretas y como corresponsal del diario español El País; Premio América del Ateneo de Madrid, 1989, por ensayo Crisis de la izquierda en América Latina

martes, 22 de septiembre de 2020

Julian Assange y la libertad de prensa van a juicio en Londres

21 de septiembre de 2020 

Amy Goodman(*) y Denis Moynihan – Democracy Now!

El papel de la prensa libre es hacerle rendir cuentas al poder, especialmente cuando aquellos poderes están involucrados en una guerra. Sin embargo, es la propia libertad de prensa la que está siendo juzgada actualmente en Londres mientras Julian Assange, fundador y editor en jefe del sitio web de denuncia Wikileaks, lucha contra la extradición a Estados Unidos por una serie de cargos de espionaje y piratería informática que van cambiando constantemente. De ser extraditado, Assange enfrenta una condena casi segura de hasta 175 años de prisión. Su injusto encarcelamiento también encadenaría a periodistas de todo el mundo y serviría de crudo ejemplo para cualquiera que se atreva a publicar información filtrada que critique al gobierno de Estados Unidos.

Los fiscales estadounidenses alegan que Assange conspiró junto con Chelsea Manning, una soldado raso del ejército estadounidense, para descargar ilegalmente cientos de miles de registros de las guerras de Irak y Afganistán, junto con una gran recopilación de cables clasificados del Departamento de Estado de Estados Unidos.

La primera divulgación de este gran archivo de documentos filtrados fue un video que Wikileaks llamó “Asesinato colateral”. El video fue grabado a bordo de un helicóptero de artillería estadounidense Apache mientras patrullaba los cielos de Bagdad el 12 de julio de 2007. La tripulación del Apache grabó video y audio de la masacre que llevó a cabo contra una docena de hombres que se encontraban en la calle, justo debajo del helicóptero, entre los que estaba un camarógrafo de la Agencia Reuters, Namir Noor-Eldeen, de 22 años de edad, y su chofer, Saeed Chmagh, de 40 años de edad y padre de cuatro hijos. Tras el ataque inicial con ametralladora de alto calibre, una camioneta llegó al lugar para ayudar a los heridos. La tripulación del Apache recibió permiso para “entablar combate” contra la camioneta, abrió fuego y destrozó la parte delantera del vehículo. Dos niños que iban en la camioneta resultaron heridos. Reuters había estado reclamando sin éxito durante años el video del ataque.

En poco tiempo, los periódicos The New York Times, The Guardian y Der Spiegel se pusieron a trabajar con Wikileaks y Assange para publicar artículos basados en los documentos filtrados. Detallaron crímenes de guerra cometidos por las fuerzas estadounidenses en Irak y Afganistán, la tortura infringida a los prisioneros en los centros clandestinos de detención de la CIA, los abusos en la prisión estadounidense de la Bahía de Guantánamo y los inescrupulosos cables diplomáticos de los funcionarios del Departamento de Estado.

Jennifer Robinson, una de las abogadas de Julian Assange, recientemente fue entrevistada por Democracy Now! frente al tribunal de Londres: “Es un claro caso de libertad de prensa. Y los intentos del Departamento de Justicia de llevar el asunto hacia un caso de piratería informática, cuando no hay absolutamente ninguna evidencia de este acto por parte del señor Assange, creo que demuestran su deseo de alejarse de los temas importantes sobre la libertad de prensa. Es claro que la Primera Enmienda protege a los medios de comunicación en el hecho de recibir y publicar esa información en pos del interés público, que es exactamente lo que hizo WikiLeaks”.

Las autoridades británicas han mantenido a Julian Assange en aislamiento casi completo en la prisión de alta seguridad de Belmarsh, en Londres, desde que lo arrestaron en abril de 2019, tras sacarlo a la fuerza de la embajada de Ecuador. Con asilo político concedido por Ecuador, vivió dentro de la oscura y pequeña embajada durante más de siete años. Cuando un presidente de derecha tomó el poder en Ecuador, revocó el asilo de Assange, lo que permitió el arresto.

Nils Melzer, relator especial de Naciones Unidas sobre la tortura, visitó a Assange en Belmarsh y luego informó: “Hablé con él durante una hora, suficiente para tener una buena primera impresión. Luego nuestro experto forense realizó un examen físico durante una hora y por último se hizo un examen psiquiátrico de dos horas. Y los tres tuvimos la misma impresión y todos llegamos a la conclusión de que [Assange] mostraba todos los síntomas típicos de una persona que ha estado expuesta a tortura psicológica durante un período prolongado”.

Las condiciones en la prisión de Belmarsh donde se encuentra detenido Julian Assange no han hecho más que empeorar durante la pandemia de COVID-19. Assange habló públicamente ante el tribunal solo una vez, cuando gritó “¡Tonterías!” en respuesta a una de las muchas afirmaciones sin fundamento del fiscal estadounidense. El presidente del tribunal amenazó con sacar a Assange de la sala. Muchos expertos se han alineado para defender a Assange, incluido el legendario denunciante de los Papeles del Pentágono, Daniel Ellsberg.

En 1971, Ellsberg publicó los Papeles del Pentágono, la historia secreta de la guerra de Estados Unidos en Vietnam, que documenta cómo los sucesivos gobiernos le habían mentido a la población estadounidense sobre la guerra. Tal como Assange, Ellsberg proporcionó los documentos filtrados al periódico The New York Times. También como Assange, Ellsberg fue acusado bajo la Ley de Espionaje y podría haber pasado su vida tras las rejas. Finalmente, un juez desestimó su caso cuando se reveló que el entonces presidente Nixon había ordenado allanamientos ilegales en busca de información negativa sobre Ellsberg.

En una declaración en defensa de Assange que presentó al tribunal de Londres, Ellsberg reflexionó sobre la importancia de las revelaciones de Wikileaks. “Considero que se encuentran entre las revelaciones veraces más importantes sobre el comportamiento criminal oculto del Estado que se han hecho públicas en la historia de Estados Unidos”. Ellsberg agregó: “El pueblo estadounidense necesitaba saber con urgencia lo que se hacía de forma rutinaria en su nombre, y no había otra forma de saberlo que mediante la divulgación no autorizada”.

Ellsberg se explayó al respecto en una entrevista para Democracy Now!: “Si este juicio tiene éxito, si la extradición tiene éxito, eso ya tendrá un efecto intimidatorio en los periodistas de todo el mundo y será un ataque directo a la Primera Enmienda de Estados Unidos”.

Muchos de los crímenes de guerra expuestos por Wikileaks, en cooperación con organizaciones de prensa de todo el mundo, ocurrieron bajo la presidencia de George W. Bush. El proceso de enjuiciamiento de Assange comenzó durante la presidencia de Barack Obama. El entonces vicepresidente Joe Biden calificó a Assange como un “terrorista de alta tecnología”: “Yo diría que está más cerca de ser un terrorista de alta tecnología que de los Papeles del Pentágono”.

El presidente Trump dijo durante la campaña presidencial de 2016: “WikiLeaks, me encanta WikiLeaks”.

Ahora el mismo presidente Trump quiere encerrar a Assange y tirar la llave al mar. Ningún presidente, de ningún partido, debería poder amenazar la libertad de prensa. De hecho, esta es esencial para el funcionamiento de una sociedad democrática.


Traducción al español del texto en inglés: Inés Coira. Edición: María Eva Blotta y Democracy Now! en españolspanish@democracynow.org

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*Amy Goodman es la conductora de Democracy Now!, un noticiero internacional que se emite diariamente en más de 800 emisoras de radio y televisión en inglés y en más de 450 en español. Es co-autora del libro “Los que luchan contra el sistema: Héroes ordinarios en tiempos extraordinarios en Estados Unidos”, editado por Le Monde Diplomatique Cono Sur.