martes, 22 de septiembre de 2020

Julian Assange y la libertad de prensa van a juicio en Londres

21 de septiembre de 2020 

Amy Goodman(*) y Denis Moynihan – Democracy Now!

El papel de la prensa libre es hacerle rendir cuentas al poder, especialmente cuando aquellos poderes están involucrados en una guerra. Sin embargo, es la propia libertad de prensa la que está siendo juzgada actualmente en Londres mientras Julian Assange, fundador y editor en jefe del sitio web de denuncia Wikileaks, lucha contra la extradición a Estados Unidos por una serie de cargos de espionaje y piratería informática que van cambiando constantemente. De ser extraditado, Assange enfrenta una condena casi segura de hasta 175 años de prisión. Su injusto encarcelamiento también encadenaría a periodistas de todo el mundo y serviría de crudo ejemplo para cualquiera que se atreva a publicar información filtrada que critique al gobierno de Estados Unidos.

Los fiscales estadounidenses alegan que Assange conspiró junto con Chelsea Manning, una soldado raso del ejército estadounidense, para descargar ilegalmente cientos de miles de registros de las guerras de Irak y Afganistán, junto con una gran recopilación de cables clasificados del Departamento de Estado de Estados Unidos.

La primera divulgación de este gran archivo de documentos filtrados fue un video que Wikileaks llamó “Asesinato colateral”. El video fue grabado a bordo de un helicóptero de artillería estadounidense Apache mientras patrullaba los cielos de Bagdad el 12 de julio de 2007. La tripulación del Apache grabó video y audio de la masacre que llevó a cabo contra una docena de hombres que se encontraban en la calle, justo debajo del helicóptero, entre los que estaba un camarógrafo de la Agencia Reuters, Namir Noor-Eldeen, de 22 años de edad, y su chofer, Saeed Chmagh, de 40 años de edad y padre de cuatro hijos. Tras el ataque inicial con ametralladora de alto calibre, una camioneta llegó al lugar para ayudar a los heridos. La tripulación del Apache recibió permiso para “entablar combate” contra la camioneta, abrió fuego y destrozó la parte delantera del vehículo. Dos niños que iban en la camioneta resultaron heridos. Reuters había estado reclamando sin éxito durante años el video del ataque.

En poco tiempo, los periódicos The New York Times, The Guardian y Der Spiegel se pusieron a trabajar con Wikileaks y Assange para publicar artículos basados en los documentos filtrados. Detallaron crímenes de guerra cometidos por las fuerzas estadounidenses en Irak y Afganistán, la tortura infringida a los prisioneros en los centros clandestinos de detención de la CIA, los abusos en la prisión estadounidense de la Bahía de Guantánamo y los inescrupulosos cables diplomáticos de los funcionarios del Departamento de Estado.

Jennifer Robinson, una de las abogadas de Julian Assange, recientemente fue entrevistada por Democracy Now! frente al tribunal de Londres: “Es un claro caso de libertad de prensa. Y los intentos del Departamento de Justicia de llevar el asunto hacia un caso de piratería informática, cuando no hay absolutamente ninguna evidencia de este acto por parte del señor Assange, creo que demuestran su deseo de alejarse de los temas importantes sobre la libertad de prensa. Es claro que la Primera Enmienda protege a los medios de comunicación en el hecho de recibir y publicar esa información en pos del interés público, que es exactamente lo que hizo WikiLeaks”.

Las autoridades británicas han mantenido a Julian Assange en aislamiento casi completo en la prisión de alta seguridad de Belmarsh, en Londres, desde que lo arrestaron en abril de 2019, tras sacarlo a la fuerza de la embajada de Ecuador. Con asilo político concedido por Ecuador, vivió dentro de la oscura y pequeña embajada durante más de siete años. Cuando un presidente de derecha tomó el poder en Ecuador, revocó el asilo de Assange, lo que permitió el arresto.

Nils Melzer, relator especial de Naciones Unidas sobre la tortura, visitó a Assange en Belmarsh y luego informó: “Hablé con él durante una hora, suficiente para tener una buena primera impresión. Luego nuestro experto forense realizó un examen físico durante una hora y por último se hizo un examen psiquiátrico de dos horas. Y los tres tuvimos la misma impresión y todos llegamos a la conclusión de que [Assange] mostraba todos los síntomas típicos de una persona que ha estado expuesta a tortura psicológica durante un período prolongado”.

Las condiciones en la prisión de Belmarsh donde se encuentra detenido Julian Assange no han hecho más que empeorar durante la pandemia de COVID-19. Assange habló públicamente ante el tribunal solo una vez, cuando gritó “¡Tonterías!” en respuesta a una de las muchas afirmaciones sin fundamento del fiscal estadounidense. El presidente del tribunal amenazó con sacar a Assange de la sala. Muchos expertos se han alineado para defender a Assange, incluido el legendario denunciante de los Papeles del Pentágono, Daniel Ellsberg.

En 1971, Ellsberg publicó los Papeles del Pentágono, la historia secreta de la guerra de Estados Unidos en Vietnam, que documenta cómo los sucesivos gobiernos le habían mentido a la población estadounidense sobre la guerra. Tal como Assange, Ellsberg proporcionó los documentos filtrados al periódico The New York Times. También como Assange, Ellsberg fue acusado bajo la Ley de Espionaje y podría haber pasado su vida tras las rejas. Finalmente, un juez desestimó su caso cuando se reveló que el entonces presidente Nixon había ordenado allanamientos ilegales en busca de información negativa sobre Ellsberg.

En una declaración en defensa de Assange que presentó al tribunal de Londres, Ellsberg reflexionó sobre la importancia de las revelaciones de Wikileaks. “Considero que se encuentran entre las revelaciones veraces más importantes sobre el comportamiento criminal oculto del Estado que se han hecho públicas en la historia de Estados Unidos”. Ellsberg agregó: “El pueblo estadounidense necesitaba saber con urgencia lo que se hacía de forma rutinaria en su nombre, y no había otra forma de saberlo que mediante la divulgación no autorizada”.

Ellsberg se explayó al respecto en una entrevista para Democracy Now!: “Si este juicio tiene éxito, si la extradición tiene éxito, eso ya tendrá un efecto intimidatorio en los periodistas de todo el mundo y será un ataque directo a la Primera Enmienda de Estados Unidos”.

Muchos de los crímenes de guerra expuestos por Wikileaks, en cooperación con organizaciones de prensa de todo el mundo, ocurrieron bajo la presidencia de George W. Bush. El proceso de enjuiciamiento de Assange comenzó durante la presidencia de Barack Obama. El entonces vicepresidente Joe Biden calificó a Assange como un “terrorista de alta tecnología”: “Yo diría que está más cerca de ser un terrorista de alta tecnología que de los Papeles del Pentágono”.

El presidente Trump dijo durante la campaña presidencial de 2016: “WikiLeaks, me encanta WikiLeaks”.

Ahora el mismo presidente Trump quiere encerrar a Assange y tirar la llave al mar. Ningún presidente, de ningún partido, debería poder amenazar la libertad de prensa. De hecho, esta es esencial para el funcionamiento de una sociedad democrática.


Traducción al español del texto en inglés: Inés Coira. Edición: María Eva Blotta y Democracy Now! en españolspanish@democracynow.org

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*Amy Goodman es la conductora de Democracy Now!, un noticiero internacional que se emite diariamente en más de 800 emisoras de radio y televisión en inglés y en más de 450 en español. Es co-autora del libro “Los que luchan contra el sistema: Héroes ordinarios en tiempos extraordinarios en Estados Unidos”, editado por Le Monde Diplomatique Cono Sur.

viernes, 12 de junio de 2020

No necesito mensajes de "amor" de mis amigos blancos

Jun 12 2020
Por Chad Sanders* – New York Times en español
–Necesito que, en lugar de compartir conmigo sus sentimientos de culpa, luchen contra el racismo.
–Mi libro saldrá a la venta en unos meses y no sé si estaré vivo para verlo porque soy un hombre negro.
La noche del lunes 1 de junio, mi agente, una mujer blanca y liberal de treinta y tantos años, me envió un correo electrónico para informarme que iba a posponer una reunión importante que teníamos con mi editor al día siguiente. La agencia que representa mi libro quería cumplir con el Blackout Day (día del apagón) “en honor a George Floyd, Ahmaud Arbery, Breonna Taylor y otros incontables hombres y mujeres negros que han sido maltratados y asesinados de manera injustificable”.
La editorial planeaba “emplear ese tiempo para reflexionar y pensar en acciones a largo plazo que pudiéramos llevar a cabo como individuos y como organización para hacer frente al racismo sistémico que persiste en nuestros negocios y nuestras comunidades”, me explicó mi agente.
Para decirlo en otras palabras, mi agente estaba posponiendo una reunión necesaria para finalizar y publicar a tiempo mi libro —que trata de cómo los negros podemos aplicar en nuestras carreras las lecciones obtenidas de experiencias traumáticas— con la finalidad de que los blancos pudieran reflexionar sobre cómo ayudar a los negros. Repliqué, insistiendo en que nuestra reunión tuviera lugar como lo habíamos planeado porque las vidas de la gente de color están en peligro y no se debería desaprovechar el impulso que podría tener en este momento un libro escrito para los negros solo porque los blancos quieren ser empáticos.
El comportamiento de esta agencia es algo común en este momento. La gente blanca me está haciendo a un lado a mí y a otros como yo para aliviar su propia culpa y probar que son distintos a Derek Chauvin, el agente de policía que fue despedido y acusado del asesinato de George Floyd en Mineápolis, y a Amy Cooper, quien trató de usar como arma su raza blanca al llamar a la policía con el fin de denunciar falsamente a Christian Cooper, un observador de aves en Central Park, en Nueva York.
A los negros nos están pisoteando en el proceso. Muchos blancos que conozco están haciendo un gran alboroto por sus sentimientos de culpa y sus intentos exagerados de mostrar empatía. Yo he tratado de evitarlos lo más posible mientras trato de vivir, apoyar a mi familia y amigos negros y seguir con las actividades de la vida cotidiana como trabajar, mudarme a un nuevo apartamento y cocinar la cena para mi novia.
Sin embargo, con total desvergüenza como siempre, los blancos que tienen mi teléfono han estado buscando la manera de consumir mi tiempo y energía. Algunos son amigos; otros, antiguos compañeros de trabajo y conocidos a los que intencionalmente he sacado de mi vida en aras de mi paz mental. Varias veces a la semana recibo varios mensajes de texto como este, de la semana pasada:
“Hola amigo. Solo quería contactarte y hacerte saber que te quiero y valoro profundamente que estés en mi vida y que tus historias estén en el mundo. Y lo lamento mucho. Este país está muy mal, enfermo y lleno de racismo. Perdón. Creo que estoy cansado de esto; mientras tanto, me duermo en mis laureles de privilegio blanco. Te quiero y estoy aquí para luchar y ser útil de todas las formas posibles. **Emojis de corazón**”.
Casi todos los mensajes terminan con seis palabras opresivas: “No sientas la necesidad de contestar”.
Esta gente no solo me está usando como su basurero de culpa y vergüenza, sino que además me está indicando qué no debo sentir, silenciándome en el proceso. En una admisión inusualmente honesta de desequilibrio de poder, el mensajero me informa que no tengo que responder (menos mal, gracias). Esto implica que sin importar si respondo o no —y por lo general no lo hago— el intercambio está completo porque se transmitió el mensaje. El mensajero puede dormir más tranquilamente en sus “laureles de privilegio blanco”.
Muchos de mis amigos negros me dicen que ellos también están recibiendo a raudales estos mensajes unidireccionales que exudan culpa blanca.
Es posible que estas personas blancas que tienen mi teléfono hayan malinterpretado lo que necesito en este momento. A juzgar por el tono ligero, casi juguetón, de los mensajes que están enviando, parece que piensan que lo que experimento en esta era de asesinatos e intentos de asesinato perpetrados contra negros es un vago malestar que puede aliviarse con un abrazo virtual.
Como hombre negro, lo que realmente siento —en todo momento— es temor de morir, temor de no volver a casa cuando salgo a dar mi caminata matutina por Central Park o al 7-Eleven por un té helado AriZona. Temo no llegar a celebrar el cuadragésimo aniversario de bodas de mis padres, no poder hacer otro depósito en la cuenta de mi sobrino en su tercer cumpleaños, no poder salir a bailar con mi pareja a sus bares favoritos del barrio de Bedford-Stuyvesant en Brooklyn.
Pero el miedo no aparece únicamente a consecuencia de los asesinatos de negros como George Floyd, Breonna Taylor y Trayvon Martin, que se viralizaron. Es un temor latente en cada momento de mi vida.
No se siente como el rechazo hueco de una ruptura desagradable. No es la decepción punzante de no obtener un ascenso. Lo que siento es un miedo persistente a morir. Los emojis de corazón y las vibras positivas no ayudan.
He practicado separarme de la distracción de ese temor desde que tengo 7 años, cuando vi por primera vez las imágenes del rostro y el cuerpo desfigurado de Emmett Till en la clase de ciencias sociales de mi escuela primaria. Ese desapego me permite hacer cosas muy básicas como levantarme de la cama en la mañana, ganarme la vida y disfrutar de la música sin sufrir de un continuo estado de pavor.
Cuando me envían mensajes de texto y me dicen que “solo están pensando en mí” porque este temor se volvió momentáneamente evidente para ustedes después de que vieron las atrocidades mostradas por CNN, me generan una carga. Me invitan a consolarlos, a responderles y a decirles que no es su culpa y que ustedes son especiales. Eso es un ataque a mi dignidad y me deshumaniza.
Cuando me dicen que puedo contar con ustedes para decirles cómo me siento, se trata de un acto de intimidad forzada y es un golpe para el desapego que tan intencionalmente he construido a lo largo de mi vida. Me obligan a desenterrar sentimientos profundamente dolorosos que he escondido por salud mental para evitar ofenderlos. Porque sé que ofenderlos es peligroso.
Cuando me dicen que no tengo que contestar, me despojan del último pedazo de voluntad que poseo en este intercambio que no pedí al darme permiso de hacer lo que de todos modos habría hecho.
Así que, por favor, dejen de mandarme su #amor. Dejen de mandarme vibras positivas. Dejen de comentarme lo que piensan. A continuación, tres sugerencias sobre otras cosas que pueden hacer y que tendrán un mayor impacto inmediato:
  • Dinero: Para fondos que pagan los costos legales de los negros que han sido arrestados, encarcelados o asesinados injustamente o para apoyar a los políticos negros que contienden a un cargo público.
  • Mensajes: Para sus parientes y seres queridos diciéndoles que no los van a visitar ni responderán sus llamadas telefónicas sino hasta que realicen acciones significativas para apoyar las vidas negras, ya sea mediante la participación en protestas o contribuciones financieras.
  • Protección: Para los compañeros negros que salen a manifestarse y corren mayor riesgo de salir lesionados durante las protestas.
Sí, estas acciones pueden sonar serias, pero ustedes insisten en que me quieren y el amor exige sacrificios. Los mensajes de texto son ilimitados en muchos planes de telefonía celular. Mandar emoticonos no representa ningún sacrificio.
Si sienten la necesidad de saber cómo me siento porque soy su amigo negro, olvídenlo. Yo les diré lo que necesito. Si no reciben un mensaje mío, ese es el mensaje. 12 de junio de 2020
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*Chad Sanders (@ChadSand)) es escritor, autor del libro de próxima publicación Black Magic.

China despertó


Junio 12 2020

Por Luis Casado *
“Dejad dormir a China, porque cuando China despierte el mundo temblará” es una frase atribuida a Napoleón Bonaparte, que el depuesto emperador habría pronunciado en 1816 en Santa Helena, después de leer la Relación del viaje a China y a Tartaria del aristócrata irlandés Lord Macartney.
En 1973 Alain Peyrefitte, cercano colaborador del General de Gaulle, utilizó la segunda parte de la oración como título de un libro que se transformó en un clásico de la literatura política mundial. Ya he comentado que la edición francesa vendió más de 885 mil ejemplares. Nadie que pretenda comentar algo relativo al Imperio del Medio puede, decentemente, ignorar ese trabajo.
Lo cierto es que China ‘despertó’, si nos referimos a su desarrollo económico, a su fortaleza financiera, a su dominio de las más recientes tecnologías, a la creatividad de su ciencia, a su actividad diplomática y –last but not least– a su poderío militar.
Peyrefitte describe, en las casi 500 páginas de su ensayo, el estado en que se encontraba China en ese momento. No puedo reproducir aquí ese texto, pero puedo resumir, gracias al monumental trabajo del historiador británico Antony Beevor (La Segunda Guerra Mundial – Londres 2012), el estado de la China –país eminentemente campesino– que Mao conquistó el 1º de octubre de 1949.
“Para el campesinado chino el sufrimiento no tenía nada de nuevo. Conocía demasiado bien la hambruna que sucedía a las inundaciones, a la sequía, a la deforestación, a la erosión del suelo y a las depredaciones de los ejércitos de los señores de la guerra. Vivían en endebles casas de tierra y sus existencias estaban afligidas por la enfermedad, el analfabetismo, las supersticiones y la explotación de propietarios que exigían alquileres de entre la mitad y los dos tercios de las cosechas”.
“Agnes Smedley, periodista estadounidense, comparaba su vida a la de los siervos de la Edad Media. Sobrevivían gracias a minúsculas porciones de arroz, de maíz o de zapallos cocidos en un caldero de hierro, su bien más preciado. Muchos iban los pies desnudos, incluso en invierno, y llevaban sombreros de paja para trabajar en el verano, curvados, en los campos. La vida era corta y las viejas campesinas, arrugadas por la edad y oscilando en sus pies vendados, eran un espectáculo relativamente raro. Muchos chinos nunca habían visto un automóvil, ni un avión, ni siquiera una ampolleta eléctrica.”
“En las ciudades, la vida era igual de dura para los pobres, incluso aquellos que tenían un empleo. En Shanghai, escribió un periodista estadounidense, es frecuente, por las mañanas, recoger los cuerpos sin vida de niños obreros cerca de la puerta de las fábricas. Los pobres eran aplastados por los impuestos de colectores de tasas y burócratas codiciosos.”
Como puedes ver, Chile no inventó ni tiene la exclusividad de un gobierno de cleptoparásitos. Los déspotas chinos, por el contrario, nunca tuvieron el descaro de pretenderse demócratas.
La descripción de Peyrefitte, producto de su estadía en China en el año 1971, muestra un país cuyo mayor logro era que cada chino comía al menos una vez al día. Ya no había hambrunas. Por lo demás, los chinos intentaban darle soluciones propias a la miríada de problemas que planteaba una población de 800 millones de habitantes, repartidos en un inmenso territorio de 9.597 millones de km2.
De ahí al país de hoy… que envía cosmonautas al espacio, que construye una estación orbital, que descolla en las más avanzadas tecnologías de la comunicación, que dispone de la más importante red de trenes de alta velocidad del mundo, que inunda el planeta con todo tipo de mercancías y, según quien haga las cuentas, es la primera potencia económica del orbe… media la distancia cronológica de apenas 70 años.
Tal eclosión no podía dejar indiferentes a las potencias que se repartieron el mundo en la Conferencia de Versalles (1919) y luego en Yalta (1945), para no hablar de Bretton Woods (1944), ese Waterloo planetario que le permitió a los EEUU imponer el dólar como moneda de reserva universal.
Ahora bien, como dice el refrán, El ladrón conoce al ladrón, y el lobo al lobo. En su cruzada contra la humanidad Donald Trump desató una guerra comercial contra China, mayormente para preservar lo que queda del Imperio. Para amenizar el jolgorio acusa a Beijing de todos los crímenes cometidos por los EEUU, –en una de esas pasa–, sabiendo que mientras más grande mejor entra. Entre ellos, el de espiar a diestra y siniestra.
No tengo la intención de extenderme sobre los múltiples programas de espionaje yanquis, que no perdonan ni a sus aliados. Como muestra basta un botón, y así nos ahorramos un centenar de escándalos.
El programa ECHELON, considerado la mayor red de espionaje y análisis de la historia, intercepta comunicaciones electrónicas. Controlada por EEUU, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda (en fin, por los EEUU), ECHELON puede capturar comunicaciones por radio y satélite, llamadas de teléfono y correos electrónicos en casi todo el mundo. Se estima que ECHELON intercepta más de tres mil millones de comunicaciones cada día. ¡Alabao!
¿Mencionaré el espionaje interno desatado a partir del ataque a las torres de Manhattan? El USA Patriot Act, es una ley dizque anti-terrorista, votada por el Congreso y firmada por George W. Bush el 26 de octubre de 2001. Gracias a este simpático dispositivo, cada yanqui que pide el libro “Caperucita Roja” para sus niños en la biblioteca, queda fichado como potencial comunista. No es broma.
PRISM es el nombre de un programa de la United States National Security Agency (NSA) que colecta comunicaciones Internet desde varias empresas estadounidenses, entre otras desde Google, apoyándose en una ley (FISA Amendments Act) del 2008 que obliga a entregar esos datos. La NSA usa PRISM para exigir que le entreguen incluso las comunicaciones encriptadas, saludos te mandó la seguridad del cliente.
PRISM comenzó en el 2007 y su existencia fue revelada seis años después por Edward Snowden, quien advirtió que el alcance del espionaje iba mucho más lejos que el propósito inicial (Angela Merkel –espiada gracias a este juguetito– puede dar fe de lo que escribo) convirtiéndose en una actividad “peligrosa y criminal”. Resultado: Edward Snowden es un proscrito en plan Wanted, dead or alive.
Llegados a este punto, debo declarar que no tengo la más pijotera idea sobre la realidad de los eventuales espionajes chinos. No obstante, si se abstienen –cosa que dudo– serían los únicos. El espionaje se transformó en actividad industrial mucho antes de que yo mismo limpiase el suelo de mi primera fábrica en la época en que era mi oficio.
Lo cierto es que lo que está en juego es el dominio de los mercados mundiales, y partiendo, el de las telecomunicaciones, sector vital para el desarrollo económico e industrial del siglo XXI. Visto que los chinos –Huawei, entre ellos– han alcanzado una ventaja decisiva, los EEUU intentan bloquear su entrada en el mercado yanqui, y amedrentan a sus ‘aliados’ (algunos analistas mal intencionados dicen ‘sus perritos falderos’) para evitar que Huawei venda sus sistemas 5G en Europa.
Del mismo modo han intentado bloquear la venta de hidrocarburos rusos (gas y petróleo) en la Unión Europea, y particularmente en Alemania.
Después de boicotear la OMC, la OMS, la Unesco, los tratados comerciales interoceánicos, los acuerdos de control de armas atómicas, de atacar a sus propios ‘aliados’ y a sus supuestos enemigos, y de cagarse en el movimiento antirracista de su propio país, Donald Trump acaba de amenazar con las penas del infierno a los jueces de la Corte Penal Internacional (CPI), cuya eminente tarea consiste en investigar y sancionar los crímenes de guerra.
Algún juez, al que la arrogancia de Donald se la trae al pairo, cometió el delito de lesa majestad de investigar los crímenes de guerra de los EEUU en Afganistán. El pobre jurista no se entera: nunca oyó hablar de Edward Snowden, ni de Julian Assange y aun menos de Chelsea Manning. La democracia y los derechos humanos valen solo para el prójimo. En fin, para el prójimo de Donald. Él mismo los usa para masajearse la región distal vecina al hueso sacro.
De modo que henos aquí, ante la penosa tarea de aceptar que, después de los malos rusos (malos porque rusos), llegaron los chinos malos. En fin, regresaron, visto que los chinos ya eran malos desde la época de Fu Manchú.
A Donald se le cayó la Biblia que deshoja para limpiarse. Nunca escuchó eso de “A todo pecador, misericordia”. Tengo para mí que haría bien leyendo a Mateo 21/31-32:
Jesús dijo entonces a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “Os lo declaro, es la verdad: los perceptores de impuestos y las prostitutas llegarán antes que vosotros al Reino de Dios. Porque Juan Bautista vino a vosotros mostrándoos el justo camino y no le creísteis; pero los perceptores de impuestos y las prostitutas le creyeron. E incluso después de ver aquello, vosotros no cambiasteis interiormente para creer en él.”
Mateo (en realidad se llamaba Levi), un pillín, menciona a los perceptores de impuestos visto que, antes de seguir a Jesús, él mismo era concesionario del Imperio Romano para el cobro de impuestos en Galilea, lo que no le ganó mucha popularidad que se diga.
Tengo la debilidad de pensar que añadió las prostitutas dateado por algún arcángel de que muchos años más tarde un hijo de una de ellas llegaría a ser presidente de los Estados Unidos de América. Que Magdalena me perdone…
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*Editor de POLITIKA. Ingeniero del Centre d’Etudes Supérieures Industrielles (CESI – París). Ha sido profesor invitado del Institut National des Télécommunications de Francia y Consultor del Banco Mundial. Su vida profesional, ligada a las nuevas tecnologías destinadas a los Transportes Públicos, le llevó a trabajar en más de 40 países de los cinco continentes. Ha publicado varios libros  en los que aborda temas económicos, lingüísticos y políticos.


sábado, 6 de junio de 2020

Combatir con éxito las pandemias de nuestro tiempo

Jun 5 2020
Prof. Dr. Juan Torres López*
La eficacia de las medidas para combatir una pandemia como la que estamos viviendo y que, por tanto, pueden hacer que sus daños sean mucho mayores. Si somos capaces de evitarlos, tendremos mucha más probabilidad de acabar antes y mejor con cualquiera de ellas.
El primero es creer que se trata de problema que afecta a todas las personas por igual.
Me parece que sobre este error no hay mucho que decir. El simple ejercicio de mirar a nuestro alrededor nos permite comprobar los efectos tan diferentes que tiene la propagación de un virus como el de ahora: no todo el mundo pierde su empleo y hay quien lo pierde pero tiene patrimonio para aguantar durante largo tiempo sin problemas, se puede teletrabajar en casa o no disponer de los medios más elementales para hacerlo, hay quien tiene personas a su servicio y quien tiene que multiplicar las horas dedicadas al trabajo doméstico, en muchos países no todas las personas tienen igual acceso a los servicios sanitarios, las viviendas son muy diferentes, de modo que el confinamiento puede ser una época de gozo o un verdadero infierno, hay quien dispone de conocimientos y tiempo para ayudar en la enseñanza de sus hijos y quien no puede hacerlo y, por supuesto, las condiciones físicas y de salud de partida son muy diferentes en cada uno de nosotros.
Esas diferentes circunstancias no sólo afectan desigualmente al bienestar personal de cada individuo, sino que inciden en la magnitud de la pandemia, en su letalidad, en los brotes que pueda tener, en su alcance. Y, siendo todo eso así, resulta que las medidas para combatirla no pueden ser lineales ni las mismas para todas las personas. No haber puesto personal de apoyo educativo a las familias sin recursos, por ejemplo, traerá unas consecuencias, no diré que decisivas pero sí muy importantes y que se irán manifestando gravemente a lo largo del tiempo, para miles de familias.
Si apenas tenemos consciencia de las diferencias que hay entre los seres humanos, de la enorme desigualdad que nos afecta en la normalidad, si cuando todo va bien apenas nos preocupamos por el impacto tan asimétrico que tienen cualquier medida de política económica, mucho más difícil resulta que tengamos en cuenta su efecto desigual cuando nos encontramos en medio de la calamidad o la emergencia.
No aprendemos, no nos damos cuenta de que tratar igual a los desiguales agranda cada vez más las brechas que tan injusta e injustificadamente nos separan a unos seres humanos de otros. Ni siquiera las desgracias colectivas nos hacen despertar del egoísmo que nos impide entender que dejar atrás a una parte de la humanidad es condenarnos a todos, antes o después, por igual. Y no tener presente este efecto desigual es la semilla de la que brotan, con mucho más fuerza en las pandemias, la xenofobia, el racismo, el machismo… esa estupidez que nos lleva a pensar que podemos salvarnos solos, que podemos sobrevivir a la desgracia sin ir de la mano del otro.
El segundo error quizá sea más sutil y todavía menos tenido en cuenta. Se trata de creer que los efectos de una pandemia, el mayor o menor daño que produce y las posibilidades de combatirla con eficacia tienen que ver simplemente con su naturaleza sanitaria.
Sabemos, por ejemplo, que las epidemias son más mortales en los países con democracia más o menos avanzada que en las dictaduras, según mostró un análisis del semanario The Economist (aquí). Y no sólo eso. Un investigador español que trabaja en la Universidad de Pensilvania, Mauro Guillén, ha analizado brotes epidémicos en 146 países desde 1995 y su conclusión sobre los factores de los que depende la mayor mortalidad que sigue a las pandemias va mucho más allá (aquí).
En su opinión, la mayor transparencia, responsabilidad y confianza pública que se dan en las democracias «reducen la frecuencia y la letalidad de las epidemias, acortan el tiempo de respuesta y mejoran el cumplimiento de las personas con las medidas de salud pública» pero «la democracia no tiene efectos sobre la probabilidad y la letalidad de las epidemias». Por el contrario, Guillén estima que son más influyentes la capacidad de intervención que tengan los Estados y, sobre todo, la desigualdad.
La intervención del Estado sería como un baluarte que puede influir sobre la generación y los efectos nocivos de las crisis sanitarias y la emergencia que producen, mientras que la desigualdad económica es el factor que los exacerba.
De su investigación se deduce que los países que disponen de estructuras gubernamentales más fuertes y sólidas sufren menor número de epidemias y que, cuando las sufren, se producen con menos casos y menor número de muertes.
Por su parte, la desigualdad es el factor que puede empeorar las condiciones en que se dan las pandemia, lo que aumenta su frecuencia y escala y, sobre todo, el número de casos que se producen.
Las experiencias de España o Italia en esta pandemia tienen, así, un perfecto encaje en el análisis de Guillén: la mayor desigualdad que se da en estos países, la menor capacidad de intervención de la que han dispuesto sus gobiernos y, sobre todo en nuestro caso, la intervención estatal fragmentada explicarían que la pandemia se haya producido con mayor gravedad que en otros países de nuestro entorno.
El tercer error está en gran medida relacionado con los anteriores. Se tiende a creer que la propagación de un virus y la pandemia que puede seguirle son hechos naturales, como podrían serlo un terremoto, la erupción de un volcán o el choque de un asteroide. Algo que depende de leyes o circunstancias que quizá podamos llegar a conocer pero que están fuera de nuestro control y que no podemos evitar que se produzca. Pero no es así. Nuestra forma de vida influye en la producción y, sobre todo, en la difusión de las enfermedades como la Covid-19, así como el modo en que organizamos nuestra vida social, económica y política determina -según acabo de señalar- la expansión, el daño y las posibilidades de aliviar o acabar con una pandemia.
Sin ánimo de exagerar, creo que puede decirse con todo fundamento que, hoy día, nuestra forma de producir y consumir es pro-pandémica. Nos saltamos las leyes de la naturaleza para producir de modo más intensivo y rentable, no consumimos lo que mejor satisface nuestra necesidad sino lo que nos pone por delante la industria que sólo busca incrementar el beneficio monetario, generamos y acumulamos más deshechos y basura de lo que gastamos en satisfacernos, rompemos los equilibrios básicos de la naturaleza, contaminamos el medio natural del conjunto de las especies, provocamos mutaciones…
Nuestro modo de vivir, nuestra civilización de patas arriba, está al borde de conseguir que la enfermedad y las pandemias sean, principalmente, un producto social al que, de seguir así, quizá dentro de poco no podamos hacer frente con un mínimo de éxito y seguridad: la desigualdad creciente las va a multiplicar en número y en mortalidad y, debilitada o incluso desmantelada la democracia para poder mantener el privilegio en el que se basa ese modo de vida, nos tendremos que enfrentar a ellas con creciente impotencia, con gobiernos sin recursos, impotentes y con las manos atadas.
Sabemos, pues, cuáles son los errores en los que no podemos caer y las armas con las que podemos vencer con salud y bienestar a los virus y pandemias que están por venir: democracia, Estados inteligentes y con recursos suficientes para intervenir con diligencia, mucha menos desigualdad y un modo de producir y consumir más saludable y acorde con las leyes de la naturaleza.
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* Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla. Dedicado al análisis y divulgación de la realidad económica, en los últimos años ha publicado alrededor de un millar de artículos de opinión y numerosos libros que se han convertido en éxitos editoriales. Los dos últimos, ‘Economía para no dejarse engañar por los economistas’ y ‘La Renta Básica. ¿Qué es, cuántos tipos hay, cómo se financia y qué efectos tiene?’. En Público.es, 05.06.20

viernes, 22 de mayo de 2020

Piketty: La disparidad de la propiedad crea una enorme desigualdad de oportunidades en la vida

Mayo 21 2020
Entrevista en Nuestra República (*)
Thomas Piketty (Clichy, Francia, 1971) propone un pago estatal para todos los ciudadanos, la modificación de la estructura de la riqueza para cambiar el poder de negociación de los actores, discute las consecuencias políticas de la desigualdad.
En esta entrevista, el economista expone los puntos más salientes de un posible programa de izquierdas para salir del actual atolladero histórico. Piketty  es director de investigación en la École des Hautes Études en Sciences Sociales, profesor en la Paris School of Economics y codirector de la World Inequality Database. Es autor de los libros El capital en el siglo XXI y de Capital e Ideología.
-Uno de los principales argumentos de su libro Capital e ideología es que “la desigualdad es una ideología”. La desigualdad no es un proceso natural, sino que se funda en decisiones políticas. ¿Cómo llegó a esa conclusión?
-En mi libro, el término “ideología” no tiene una connotación negativa. Todas las sociedades necesitan la ideología para justificar su nivel de desigualdad o una determinada visión de lo que es bueno para ellas. No existe ninguna sociedad en la historia donde los ricos digan “somos ricos, ustedes son pobres, fin del asunto”. No funcionaría. La sociedad se derrumbaría inmediatamente.
Los grupos dominantes siempre necesitan inventar narrativas más sofisticadas que dicen “somos más ricos que ustedes, pero en realidad eso es bueno para la organización de la sociedad en su conjunto, porque les traemos orden y estabilidad”, “les brindamos una guía espiritual”, en el caso del clero o del Antiguo Régimen, o “aportamos más innovación, productividad y crecimiento”. Por supuesto, estos argumentos no siempre resultan del todo convincentes. A veces son claramente interesados. Guardan algo de hipocresía, pero al menos este tipo de discurso tiene algo de verosimilitud. Si fueran completamente falsos, no funcionarían.
En el libro, investigo la historia de lo que llamo regímenes de desigualdad, que son sistemas de justificación de distintos niveles de desigualdad. Lo que demuestro es que en realidad hay un aprendizaje de la justicia. Hay una cierta reducción de la desigualdad a largo plazo. Hemos aprendido a organizar la igualdad a través del acceso más igualitario a la educación y de un sistema impositivo más progresivo, por dar algunos ejemplos.
Pero este progreso y el conflicto ideológico continuarán. En la práctica, el cambio histórico proviene de las ideas e ideologías en pugna y no solo del conflicto de clases. Existe esta vieja concepción marxista de que la posición de clase determina por completo nuestra visión del mundo, nuestra ideología y el sistema económico que deseamos, aunque en verdad es mucho más complejo que eso, porque para una posición de clase dada existen distintas formas de organizar el sistema de las relaciones de propiedad, el sistema educativo y el régimen impositivo. Existe cierta autonomía en la evolución de la ideología y de las ideas.
Aun así, en las democracias el pueblo decide colectivamente a través del voto vivir en ese tipo de sociedades desiguales. ¿Por qué?
-En primer lugar, es difícil determinar el nivel exacto de igualdad o desigualdad. La desigualdad no siempre es mala. La gente puede tener objetivos muy diferentes en su vida. Algunos valoran mucho el éxito material, mientras que otros tienen otro tipo de metas. Alcanzar el nivel adecuado de igualdad no es algo sencillo.
Cuando digo que los factores determinantes de la desigualdad son ideológicos y políticos no quiero decir que deban desaparecer y que mañana tengamos una igualdad completa. Me parece que encontrar el equilibrio adecuado entre las instituciones es una tarea muy complicada para las sociedades pese a que, insisto, en el largo plazo la desigualdad se ha reducido un poco. Creo que deberíamos tener un acceso más igualitario a la propiedad y a la educación y que deberíamos continuar en esa dirección.
Hemos aprendido que la historia es un proceso no lineal. Con el tiempo avanzamos hacia una mayor igualdad y esto es lo que también ha creado una mayor prosperidad económica en el siglo XX. Sin embargo, también ha habido reveses. Por ejemplo, el colapso del comunismo produjo una desilusión sobre la posibilidad de establecer un sistema económico alternativo al capitalismo, y esto explica en gran medida el aumento de la desigualdad desde finales de la década de 1980.
Pero hoy día, 30 años más tarde, comenzamos a darnos cuenta de que tal vez hemos ido demasiado lejos en aquella dirección. Entonces, comenzamos a repensar cómo cambiar el sistema económico. El nuevo desafío introducido por el cambio climático y la crisis medioambiental también ha puesto el foco en la necesidad de cambiar el sistema económico. Se trata de un complejo proceso en el que las sociedades intentan aprender de sus experiencias.
A veces se olvidan del pasado lejano, reaccionan de manera exagerada y avanzan demasiado lejos en una dirección. Pero me parece que si ponemos la experiencia histórica sobre la mesa –y ese es el objetivo del libro– podemos entender mejor las lecciones y experiencias positivas del pasado.
-Usted dice que la desigualdad deriva en nacionalismos y populismos. En Alemania y en otros países, los partidos de derecha están en alza. ¿Por qué la derecha suele tener más éxito que la izquierda?
-La izquierda no se ha esforzado por proponer alternativas. Después de la caída del comunismo, la izquierda ha atravesado un largo periodo de desilusión y desánimo que no le ha permitido presentar alternativas para modificar el sistema económico. El Partido Socialista en Francia o el Partido Socialdemócrata en Alemania no han intentado realmente cambiar las reglas del juego en Europa tanto como debieran haberlo hecho.
En algún momento aceptaron la idea de que el libre flujo de capital, la libre circulación de bienes y servicios y la competencia por los mercados entre países eran suficientes para lograr la prosperidad y que todos nos beneficiemos de ella. Pero, en cambio, lo que hemos visto es que esto ha beneficiado principalmente a los sectores con un elevado capital humano y financiero y a los grupos económicos con mayor movilidad. Los sectores bajos y medios se sintieron abandonados.
También hubo partidos nacionalistas y xenófobos que propusieron un mensaje muy simple: vamos a protegerlos con las fronteras del Estado-nación, vamos a expulsar a los migrantes, vamos a proteger su identidad como europeos blancos, etc. Por supuesto, al final esto no va a funcionar. No se reducirá la desigualdad ni se resolverá el problema del calentamiento global. Pero dado que no existe un discurso alternativo, una gran parte del electorado se desplazó hacia estos partidos.
Aun así, una gran parte incluso más grande del electorado decidió quedarse en casa. Simplemente no votan, no debemos olvidar eso. Si los grupos socioeconómicos más bajos demostraran entusiasmo por Marine Le Pen o por Alternativa por Alemania, la tasa de participación ascendería a 90%. Eso no es lo que está ocurriendo. Tenemos un nivel muy reducido de participación, especialmente entre los grupos socioeconómicos más bajos, los cuales están a la espera de una plataforma política o una propuesta concreta que realmente pueda cambiar sus vidas.
-Usted propone un pago estatal único (“herencia para todos”) de 120.000 euros para todos los ciudadanos cuando alcancen la edad de 25 años. ¿Qué se conseguiría con eso?
-En primer lugar, este sistema de “herencia para todos” sería un paso más de un sistema de acceso universal a bienes y servicios públicos fundamentales, incluidos la educación, la salud, las pensiones y un ingreso ciudadano. El objetivo no es reemplazar estos beneficios, sino sumar esta herramienta a las ya existentes.
¿Para qué serviría?
Si uno tiene una buena educación, una buena salud, un buen empleo y un buen salario, pero necesita destinar la mitad de su salario a pagar un alquiler a los hijos de propietarios que reciben ingresos por alquileres durante toda su vida, creo que hay un problema. La desigualdad de la propiedad crea una enorme desigualdad de oportunidades en la vida. Algunos tienen que alquilar toda su vida.
Otros reciben rentas durante toda su vida. Algunos pueden crear empresas o recibir una herencia de la empresa familiar. Otros nunca llegan a tener empresas porque no tienen siquiera un mínimo de capital inicial para empezar. Más que nada, es importante darse cuenta de que la distribución de la riqueza se ha mantenido muy concentrada en pocas manos en nuestra sociedad.
La mitad de los alemanes tiene menos del 3% de la riqueza total del país y, de hecho, la distribución empeoró desde la reunificación de Alemania. ¿Es esto lo mejor que podemos hacer? ¿Qué proponemos para cambiarlo? Esperar que llegue el crecimiento económico y el acceso a la educación sin hacer nada no es una opción. Eso es lo que hemos estado haciendo durante un siglo y la mitad inferior de la escala de distribución de los ingresos todavía no posee nada.
Cambiar la estructura de la riqueza en la sociedad implica cambiar la estructura del poder de negociación. Quienes no tienen riqueza están en una posición de negociación muy débil. Se necesita encontrar un empleo para pagar el alquiler y las cuentas cada mes, y se debe aceptar lo que se ofrece. Es muy distinto tener 100.000 o 200.000 euros en lugar de 0 o 10.000. La gente que tiene millones tal vez no se da cuenta, pero para aquellos que no tienen nada o que a veces solo tienen deudas, significa una gran diferencia.
En su país natal, Francia, el impuesto al carbono derivó en la protesta de los chalecos amarillos. ¿Cuál fue en este caso el error de cálculo político?
-Para que los impuestos sobre el carbono sean aceptables, deben ir acompañados de la justicia tributaria y fiscal. En Francia, el impuesto al carbono solía ser bien aceptado y se aumentaba año tras año. El problema es que el gobierno de Emmanuel Macron utilizó los ingresos fiscales del impuesto sobre el carbono para hacer un enorme recorte de impuestos para el 1% más rico de Francia, suprimiendo el impuesto sobre la riqueza y la tributación progresiva sobre las rentas del capital, los intereses y los dividendos.
Esto enervó a la gente porque se le dijo que la medida era para la lucha contra el cambio climático pero, de hecho, fue solo para hacer un recorte impositivo a aquellos que financiaron su campaña política. Así es como se destruye la idea de los impuestos sobre el carbono. Uno debe ser muy cuidadoso en Alemania porque también puede haber muchos sentimientos negativos, especialmente en los grupos socioeconómicos más bajos. Para que un impuesto al carbono funcione, tiene que incluir los costos sociales y debe ser aceptado por el conjunto de la sociedad. Mayo 20, 2020
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(*) Proyecto sin ánimo lucro  de la asociación REPUBLIKA  fundada oficialmente en Paris el 24 de Noviembre del 2019. Nuestra República tiene como objeto producir y promover intermedio de su plataforma web una información de calidad basada en los tres pilares de su línea editorial: democracia participativa-directa, ecología y justicia social.

jueves, 7 de mayo de 2020

La caridad de los miserables para con los ricos

Luis Casado
(POLITIKA, Chile)

En la muy malograda Unión Europea la solidaridad no tiene cabida. Los incautos pensaban que el proceso de integración traería consigo, entre otras, la ventaja de formar parte de un conjunto coherente y fraterno dispuesto a compartir catre y macarrones, los buenos y malos momentos, penas y alegrías y un futuro promisorio.Olvidaban que el coso se limita a un “mercado común”, en el que prima el mercado y hay muy poco en común, como no sea el sometimiento a los mercados financieros y a una burocracia designada a dedo.

Una vez dentro, cada cual se rasca con sus propias uñas. Los fondos estructurales del inicio, destinados a promover el desarrollo y la modernización de las regiones más atrasadas, encogieron a medida que llegaban los países miserables. De modo que obligados a competir con los grandes –Alemania, Francia, Reino Unido, Italia– los Estados picantes, dirigidos por una elite tan mediocre como la nuestra, no encontraron nada mejor que imitar al campo de flores bordado. Me explico.

Comenzaban los años funestos del gobierno de Ricardo Lagos, cuando un alto funcionario del Estado de Chile me comentó ‘los planes’: generarle las mejores condiciones a la inversión extranjera organizando ‘la pensión Soto’. Otorgar ‘patente de corso’ era la consigna. Del mismo modo, la ‘periferia’ de la Unión Europea, y porqué no decirlo, los ‘grandes’, no encontraron nada mejor que montar un competitivo burdel.

Visto que los gobiernos nacionales ya no pintan, habiendo dimitido en favor de los mercados financieros y la burocracia designada a dedo, lo único que les queda es ofrecer sus encantos. Uno de ellos, –encantos digo–, reside en bajar la tasa del impuesto a los beneficios con el propósito de sustraerle inversión a los otros miembros de la UE. Irlanda se tiró de cabeza. Hoy en día ostenta la tasa más baja de impuesto a las sociedades del llamado primer mundo: un pinche 12,5%. Las multinacionales se precipitaron a Dublin e Irlanda conoció un período de bonanza como no te imaginas.

Todo dios debía partir a Irlanda, sobre todo las sedes de las multinacionales, los jóvenes y dinámicos ejecutivos de dientes largos, las start-up, los promotores inmobiliarios y cuanto ambicioso soñador con fortunas rápidas hubiese en la Unión Europea.La razón es muy sencilla: puedes vender lo que te de la gana en la Unión Europea, y facturar desde Irlanda. De ese modo el país que consume no recibe un chavo de impuestos, ni siquiera el IVA, y todo el billete va a parar a Irlanda, cuyo gobierno recibe muy poco o nada.

A fines del año 2007 se escuchó un ruidito sospechoso, algo así como una crujidera de tripas seguida de una pedorrea interminable, y todo se vino abajo. La banca irlandesa quebró –como la banca chilena en 1982– y adivina qué: los irlandeses tuvieron que comprometerse a pagar la borrachera durante casi 40 años. En esa están. La deuda soberana se empina por sobre el 125% del PIB, y cada irlandés –incluyendo los babies y los granddadies– debe el equivalente a 43 mil 509 euros.Y eso… ¿cuanto hace en plata? Unos 270 mil millones de euros. Retén la cifra in mente, te será útil.

Jamás satisfechas con los gigantescos beneficios que obtienen mediante la ‘optimización fiscal’ que consiste en evadir impuestos, ni con la ventaja desleal que consiste en instalar sus sedes en paraísos fiscales, las multinacionales exigen un tratamiento de favor. Apple presionó al fisco irlandés y obtuvo durante una década (2004-2013) pagar aún menos que la tasa del 12,5%. ¿Cuánto? Aproximadamente un 2% anual de los beneficios obtenidos por sus dos filiales locales, Apple Operations Europe y Apple Sales International. Eso equivale a un subsidio permanente del Estado irlandés a una empresa privada, colocándola, de cara a sus competidores, en una posición ilegalmente ventajosa. De ahí que la Comisión Europea le haya impuesto a Apple la mayor sanción de la historia de la Unión Europea y de Apple: una multa de 13 mil millones de euros.

Bruselas estima que las ventajas que Irlanda le otorgó a la multinacional son subvenciones de Estado ilegales, rebajas fiscales que distorsionan la competencia. Si la Comisión Europea reacciona no es porque le estuviesen robando una verdadera fortuna al pueblo irlandés, sino porque hubo un atentado a las reglas de ‘la libre competencia no distorsionada’.Que le roben a los pringaos no es delito, incluso aplauden. Lo que les molesta es que las multinacionales se pasen por los higadillos las pinches reglas que buscan organizar ‘un mercado de competencia perfecta.’ Los miembros de la Comisión Europea son como el Papa: no creen, pero hacen como si creyesen.

Apple, es sabido, no aprecia los impuestos. Dispone fuera de los EEUU de un tesoro de guerra superior a los 130 mil millones de euros de beneficios, y no quiere repatriarlos a los EEUU porque tendría que… pagar impuestos. En los EEUU la tasa que grava los beneficios está en torno al 40%. Ante la decisión de la Comisión Europea, Tim Cook, consejero delegado de Apple, hizo lo que saben hacer los mafiosos: amenazó con “profundos y dañinos efectos” a la inversión y la creación de empleo en Europa. Nótese que el muy descarado ni siquiera negó haber sido el beneficiario de un fraude al Fisco: todo el mundo sabe que “La evasión fiscal es un deporte nacional para los gigantes americanos” (LuxLeaks : L’évasion fiscale, un sport national pour les géants américains).

De ese modo, un pueblo endeudado hasta el cuello para salvar a los bancos privados (en particular Anglo Irish Bank y Irish Nationwide), practica la caridad con la empresa más rica del planeta. En realidad con sus dueños, que no saben qué hacer con la plata que ganan gracias a una actividad filibustera.

Si no sabías porqué la gran minería casi nunca pagó impuestos en Chile, ahora lo sabes. Si no habías comprendido nada del fraude fiscal de Johnson’s ni de la movida de cayana del director del Servicio de Impuestos Internos, persevera.

Porque, para decirlo claramente: ¡te están robando!

martes, 5 de mayo de 2020

Un mundo de fantasía

Mayo 4 2020
Por Luis Casado*
 “Este virus ha hecho aflorar la realidad de un mundo desigual” (Pilar Mateo)
Hay quienes -numerosos- imaginan el mundo después del coronavirus. Entre ellos, Wall Street. Esa cruda visión es radicalmente opuesta a las esperanzas de las almas ingenuas
La cuestión es acojonante: ¿cómo escribir algo sobre el coronavirus y sus consecuencias sin caer en banalidades, repitiendo ecolálicamente –e in extenso– lo que dicen epidemiólogos, científicos, investigadores, médicos, periodistas, políticos, expertos, economistas, sociólogos, catastrofistas, chamanes, milenaristas, sacerdotes, empresarios, gurúes, adivinos, complotistas, paranoicos, psicópatas y otros benefactores de la Humanidad?
Afortunadamente, leer la prensa planetaria esclarece el pensamiento, mejora la digestión, aligera el paso, evita la caída del pelo, alivia la aerofagia y cura de la halitosis.
Por ahí leí una entrevista a la eminente investigadora española Pilar Mateo. Allí, Mateo recuerda un hecho que sin relativizar el peligro del coronavirus lo pone en perspectiva: “La gente no se daba cuenta de que millones de personas en el mundo se estaban muriendo de enfermedades que podemos tener aquí, como se ha demostrado ahora.”
Entre ellas el ébola, el mal de Chagas, el dengue, la malaria, la leishmaniasis, el chikungunya o el zika. No está prohibido añadir el virus hanta, ni la pobreza, la indigencia y la miseria para tener un cuadro más completo. La gran diferencia reside en que cuando se mueren los pringaos, –esos que no tienen poder adquisitivo y por consiguiente no generan ni una pinche oportunidad de negocio–, le vale madre a Hollywood, a la TV, a los medios, a la opinión que dicen pública y a los príncipes que nos regentan.
Otros, como John Mauldin, mi analista financiero de predilección, se inquietan por lo que constituye SU negocio, es decir el mercado. Johnny no puede darse el lujo de ser pesimista sin correr el riesgo de ver desaparecer sus clientes, esos que le pagan para saber cómo ganar aun más dinero. Por eso Johnny se esfuerza en aparecer moderadamente optimista, o sea no tanto como para que sus clientes pudiesen prescindir de sus consejos. Mira ver:
“El sentimiento del mercado refleja el sentimiento humano que, últimamente –comprensiblemente– ha sido muy negativo, vista la gran incertidumbre que rodea la pandemia del coronavirus. Hace un mes no sabíamos dónde iba todo esto, pero era potencialmente serio.”
John Mauldin le ofrece al mercado características antropomórficas que el hombre suele adjudicarle solo a los dioses. Así, el mercado tiene sentimientos, se emociona, se pasma, se entusiasma, se deprime o exulta. Wall Street, algo menos portado al lirismo romántico, lo califica adjetivando animales: el mercado es bullish si está como un tren, o bien bearish si tose, palidece, estornuda y se queja de cefalea.
Felizmente, no todo está perdido. Mauldin es un tío sensible, muy sensible, lo que le facilita fingir algo de optimismo:
“Casi puedo empezar a sentir el cambio de sentimiento. Están anunciando nuevas drogas y terapias, y docenas de vacunas están en desarrollo. Hay una alta probabilidad de que una o más funcionen antes de fin de año. Su despliegue será difícil, pero factible. Este cambio de sentimiento, combinado con un generoso apoyo fiscal e inyecciones de liquidez, le da confianza a los inversionistas, y así vemos subir el precio de las acciones”.
Así, terapias improbables y vacunas embrionarias por las cuales nadie apostaría un penny en el momento en que esto escribo, sumadas –esto sí es cueca– a la generosidad del Estado y el descontrol de los esfínteres del Banco Central, explican que la Bolsa no termine de hundirse definitivamente. En claro, hay un billete que ganar en la especulación bursátil.
Nótese que a este profesional del libre mercado invocar la intervención del Estado en la economía no le afecta el credo en lo más mínimo. Luego, que la FED –banco central de los EEUU– emita dólares a destajo no le parece tener ninguna relación de causa a efecto con la especulación bursátil. Ni con un eventual aumento de la inflación, visto que ese dogma ya sirvió para limpiarse.
Que, por definición, un inversionista dispone de liquidez y a priori no necesita el dinero que la FED distribuye alegremente es un hecho que no le acaricia los lóbulos parietales. Lo importante es que la fiesta especulativa continúe gracias al dinero que ya no arrojan desde un pijotero helicóptero sino desde aviones cargo en plan Antonov-225.
Otra publicación financiera, europea para más señas, describe el mundo después del coronavirus según Wall Street.
“Viendo el trayecto de Amazon, Tesla o Procter & Gamble, los inversionistas estiman que el mundo de mañana será más ‘cartelizado’, más globalizado y más tecnológico. Al revés de quienes defienden una demundialización y un retorno a lo local”.
En otras palabras, viva la ‘destrucción creativa’ (concepto que dicho sea de paso Schumpeter le copió a Marx y a Engels): honor a los vencedores, escarnio y ludibrio a los perdedores.
La mencionada publicación precisa:
“La crisis ligada al coronavirus debía anunciar una demundialización, un regreso a los circuitos cortos y a economías a escala humana. Wall Street emite una predicción radicalmente inversa. El mundo de mañana será como el de ayer, pero más cartelizado, más globalizado, más tecnológico y más virtual. Con la victoria de los poderosos, comenzando por los gigantes de Internet, a pesar de la corrección (bursátil) del viernes 1º de mayo.”
¿Te gustó? Vas a adorar lo que sigue:
“Es lo que da a entender la Bolsa de los EEUU, cuyo principal índice, el S&P 500, no ha perdido sino un 12% desde principios de año, cuando el CAC 40 (francés) ya cedió 25%. La catástrofe es espantosa, con 65 mil muertos, 30 millones de desempleados y una recesión del 5,7% en el 2020, según el Fondo Monetario Internacional. Pero Wall Street sueña con franquear la crisis, dopado por la ‘mano invisible del mercado’, o sea la Reserva Federal (FED) y el Congreso, que, advertidos por la crisis de 1929, inundan el mercado de liquidez y de subvenciones.”
Como puede verse, la “mano invisible del mercado” tiene nombre, sede y bandera a tope. La de los piratas. La abundante liquidez y las no menos abundantes subvenciones de dinero público tienen destinatario y propósito claros: la ‘comunidad financiera’, y otra vuelta de tuerca en el garrote vil de la acumulación de la riqueza en pocas manos.
El Wall Street Journal –diario de las finanzas planetarias– osa afirmar: “La subida de la Bolsa no es tan loca como parece.” La publicación europea explica:
“Ella (la Bolsa) procedió a una selección draconiana entre los valores (…) El hundimiento no es general, y ya aparecen los vencedores (la Silicon Valley, los oligopolios ricos en cash-flow como la gran distribución) y los perdedores (energía, transportes, PYMEs, agricultores). Así como los vencedores entre los perdedores, los gigantes Exxon o Chevron que pueden aprovecharse de la quiebra de los productores de petróleo independientes de Texas.”
Solo les faltó agregar, como Don Corleone: “No es nada personal, solo negocios”.
Ya puestos, el Wall Street Journal y otros diarios usan libremente el lenguaje que conviene para llamar lo que según la teoría económica no existe: los oligopolios, los carteles y las subvenciones a la actividad privada con dinero público.
¿Y los perdedores? ¿Las víctimas de la ‘destrucción creativa’? Ellos son evidentemente una de las variables de ajuste de las crisis del capitalismo. En particular de esta, gatillada por el desastre sanitario, sabiendo que tarde o temprano hubiese sido desatada por cualquier otra razón: Marx y Engels habían identificado el problema de fondo allá por 1848, en el Manifiesto:
“Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, pues? Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas.”
Nótese que entre los perdedores mencionados por la prensa financiera figuran solo las empresas que mata la crisis: ni una palabra acerca de los millones de trabajadores que pierden su empleo y con ello el medio de ganarse la vida y alimentar a sus familias. Los autores del Manifiesto lo pusieron claro sin florituras ni ringorrangos:
“…la clase de los obreros modernos, que no viven sino a condición de encontrar trabajo y lo encuentran únicamente mientras su trabajo acrecienta el capital. Estos obreros, obligados a venderse a trozos, son una mercancía como cualquier otro artículo de comercio, sujeta, por tanto, a todas las vicisitudes de la competencia, a todas las fluctuaciones del mercado.”
Paul Krugman, conocido economista yanqui, lanza un grito de alerta: «No le presten atención al Dow Jones; concéntrense en esos puestos de trabajo que están desapareciendo…»
Entre las consecuencias de la presente crisis, aparece como un peligro evidente la muy probable reducción de los salarios en el ámbito planetario. Ella tomará tres formas principales: caída del salario nominal, prolongación del tiempo de trabajo, o ambas simultáneamente. La preservación, y aun el incremento, de la tasa de ganancia es a ese precio. Eso es lo que está en juego.
Quienes lo olvidaron son almas generosas pero ingenuas que se ilusionaron y soñaron con un mundo de fantasía. Entretanto, la lucha de clases continúa. El milmillonario Warren Buffet, haciendo suyo el aforismo que dice ‘el que previene no es traidor’, previno: “Hay una guerra de clases y la estamos ganando los ricos”.
Las últimas noticias del frente parecen darle la razón.
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*Editor de POLITIKA. Ingeniero del Centre d’Etudes Supérieures Industrielles (CESI – París). Ha sido profesor invitado del Institut National des Télécommunications de Francia y Consultor del Banco Mundial. Su vida profesional, ligada a las nuevas tecnologías destinadas a los Transportes Públicos, le llevó a trabajar en más de 40 países de los cinco continentes. Ha publicado varios libros  en los que aborda temas económicos, lingüísticos y políticos.