sábado, 23 de enero de 2016

Groucho Marx y sus recuerdos de la crisis de 1929

Muy pronto un negocio mucho más atractivo que el teatral atrajo mi atención y la del país. Era un asunto llamado mercado de valores. No tenía asesor financiero. ¿Quién lo necesitaba? Podías cerrar los ojos, apoyar el dedo en cualquier punto del enorme tablero mural y la acción que acababas de comprar empezaba inmediatamente a subir. Aceptaba de todo el mundo confidencias sobre la bolsa. El mercado sigue subiendo y subiendo. Hasta entonces yo no había imaginado que uno pudiera hacerse rico sin trabajar. Lo más sorprendente del mercado, en 1929, era que nadie vendía una sola acción. La gente compraba sin cesar. Un día, con cierta timidez, hablé con mi agente de bolsa:

- No sé gran cosa sobre Wall Street, pero ¿que es lo que hace que esas acciones sigan subiendo? ¿No debería haber una relación entre las ganancias de las empresas, sus dividendos y el precio de venta de las acciones?

Me contestó: -Sr. Marx, tiene mucho que aprender acerca del mercado de valores. Lo que usted no sabe serviría para llenar un libro. Este ha cesado de ser un mercado nacional. Ahora somos un mercado mundial. Recibimos órdenes de compra de todos los países de Europa, de América del Sur e incluso de Oriente.
- ¿Cree que hice una buena compra?
- No hay otra mejor. Si hay algo que todos hemos de usar, son las tuberías.
- Es ridículo –dije- tengo varios amigos pieles rojas en Dakota del Sur y no utilizan las tuberías.

De vez en cuando, algún profeta financiero publicaba un artículo sombrío advirtiendo al público que los precios no guardaban ninguna proporción con los verdaderos valores y recordando que todo lo que sube debe bajar. Pero apenas si nadie prestaba atención a estos conservadores tontos y a sus palabras idiotas de cautela. Incluso recuerdo una frase de Barney Baruch, mago financiero americano, “cuando el mercado de valores se convierte en noticia de primera página, ha sonado la hora de retirarse”.

Un día concreto el mercado comenzó a vacilar. Así como el principio del auge, todo el mundo quería comprar, al empezar el pánico todos querían vender. Luego el pánico alcanzó a los agentes de bolsa y empezaron a vender acciones a cualquier precio. Yo fui uno de los afectados. Luego de un martes espectacular, Wall Street lanzó la toalla y se desplomó. Eso de la toalla es una frase adecuada, porque para entonces todo el país estaba llorando.

Algunos de mis conocidos perdieron millones. Yo tuve más suerte. Lo único que perdí fueron 240 mil dólares (o 120 semanas de trabajo).

En toda la bazofia escrita por los analistas del mercado me parece que nade hizo un resumen de la situación de una manera tan sucia como mi amigo Max Gordon:“Marx, la broma ha terminado”. En aquellas cinco palabras lo dijo todo. Desde luego, la broma había terminado. Creo que el único motivo por el que seguí viviendo fue el convencimiento consolador de que todos mis amigos estaban en la misma situación. Incluso la desdicha financiera, al igual que la de cualquier otra especie, prefiere la compañía.

Groucho Marx: “Groucho y yo”, Barcelona, Tusquets, 1980.

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